30 de diciembre de 2008

Hoy cumplo 59



Y aunque tengo más pasado que futuro, no me entusiasma mirar atrás. Quiero estar más en el presente, y ojalá, en el futuro.

26 de diciembre de 2008

El viaje es lo que importa

Y sobre todo si, como algunos, tienes la suerte de poder viajar en primera clase.

17 de diciembre de 2008

Felicidades

Esta navidad tengo los mejores propósitos para mi familia y amigos… O quizá simplemente les regale una cosa.

16 de diciembre de 2008

Mirando

Eso, habría que verlo

12 de diciembre de 2008

Arte o basura



El arte contemporáneo me produce sentimientos encontrados. Hay trabajos fantásticos y excepcionales, pero lo común es toparse con la majadería, la superficialidad y el vacío. La mayoría son expresiones vulgares que me dejan sumido en la decepción y la incredulidad.

Quizás siempre ha sido igual, pero hoy más que nunca, vivimos perdidos en la banalidad y el consumismo. El arte está invadido por la mercadotecnia y la tecnología. Las artes visuales —en particular— dependen demasiado de la literatura, y la palabra a sustituido al objeto. Sin duda, todo acto creativo necesita de la reflexión, pero la retórica se ha vuelto más protagónica que lo necesario. Hay cosas que no puede suplantar la teoría, y ésta, abusa innecesariamente. El arte de nuestros días se ha convertido en un arte conceptuoso y desobjetivado. Pero éstas no son las únicas dificultades, hay una exagerada influencia del diseño, tendencia añeja que ha venido transfigurando un territorio en el otro y que mucho pervierte al campo artístico. Otro problema, originado del relativismo cultural que nos inunda, es que todos quieren ser protagonistas —lo hagan bien o mal. Cualquiera muestra su trabajo, y además, espera tener éxito. Entonces, ¿quién es el público? Son necesarias las dos partes, y no es sólo el artista el que debe imaginar. El espectador también ha de compartir esa capacidad. Si no, ¿cómo sería posible la comunicación?

Hace unos días escuché que con el arte contemporáneo no se puede saber si lo que vemos es arte o basura. La verdad es que nos dejamos engañar por nuestros complejos intelectuales y callamos cuando, indudablemente, nos quieren tomar el pelo. La gente es incapaz de saber lo que le gusta, y espera que alguien venga y se los diga. El miedo a parecer ignorantes, o a estar fuera de moda, lleva a muchos a elogiar auténticos disparates.

El arte de nuestros días sobrevive gracias a la ignorancia y a la desfachatez artística elevada a la categoría de mito, pero sobre todo, por el cinismo de críticos, comerciantes y funcionarios culturales que abusan de la estupidez colectiva para encumbrar a unos cuantos impostores rodeados de un aura de grandeza que poco tiene que ver con la calidad, y si mucho con el esnobismo o el afán de novedad.

10 de diciembre de 2008

La palabra

Somos lo que hablamos. Cuidar el lenguaje debe ser una de nuestras prioridades. La palabra acerca, educa, nos permite entender y sentir. Ayuda a pensar y a construir. Nos hace mejores. Pero también tiene el poder de confundir, ocultar, descomponer y destruir. La palabra explica la realidad de muchas formas, y nos puede aproximar o alejar de la libertad.

Nadie se puede sentir orgulloso de una lengua contaminada, asfixiada por los medios de comunicación y moldeada por una cultura indolente y subordinada.

El amor a la palabra empieza en la familia y en la escuela. Sólo a partir de ahí es posible dar la batalla a la ignorancia, a las expresiones pobres y a los lenguajes alterados que adoptamos con tanta ligereza.

28 de noviembre de 2008

Esmeralda Torres / Sombras y siluetas

"Sombras y siluetas rompe con la monotonía de trabajar encerrada en mi estudio. Invado el espacio exterior, escucho los sonidos que me rodean, y, sobre todo, me doy cuenta de que mientras el mundo se mueve a un ritmo inalcanzable, tengo el privilegio de detenerme a observar una sombra que se mueve y respira como si estuviera latiendo" . ET
esmeraldatorres.com

27 de noviembre de 2008

Como pinto, escribo



Escribo sobre mi pintura para acercarla a los demás. También para apuntalarla, quizá por miedo a ser juzgado como un artista sin discurso, sin concepto.

Como pinto, escribo. Arbitrariamente. Pero intento hacer ambas cosas interpelando a la razón y a la emoción. Al pintar, lanzo caprichosamente los materiales sobre el soporte. Después, busco darles un sentido, lo mismo hago con las palabras. En ambos casos, no me preocupa demasiado el resultado.

20 de noviembre de 2008

Naturaleza muerta

Yo no le tengo miedo a la muerte, sólo un terror desmedido a desaparecer.

19 de noviembre de 2008

¿Y ahora, por dónde?



Nunca me interesó el realismo. Después de algunos ensayos figurativos me dediqué a la abstracción con un desbordado e irreflexivo gestualismo físico y anímico. En un principio, practicaba una pintura impaciente y apasionada que parecía huir en búsqueda de mí mismo. Produje, sin cesar, arriesgadas piezas a las que no me gusta del todo llamarlas experimentales.

Con los años superé los arrebatos, mi lenguaje se aligero formalmente y se estructuró conceptualmente. No es que caminara hacia el minimalismo, sino que trabajé para esencializar mis formas y sintetizar el espacio. En pintura uno es su propio maestro, aprende de su experiencia. Mi sistema de trabajo ha sido la serie; siempre parto de un tema y persigo intuitivamente el impredecible hilo del proceso creativo hasta sus últimas consecuencias. Al final, reflexiono sobre lo hecho, y vuelta a empezar, serie tras serie, en permanente revisión y depuración. Así lo he hecho siempre.

Hoy me pregunto: ¿y ahora, por dónde? ¿no debería de cambiar la forma de hacer las cosas? ¿es posible pintar sin tema? ¿importa acaso la identidad, o la calidad estética? ¿debo acercarme o alejarme del territorio conceptual? ¿sigo en lo mismo? ¿rompo con todo? Me pregunto, también, si el arte debe de ser siempre arrebato, o si podría yo emigrar —con mi pintura determinada por la acción— a otras expresiones más contemplativas. Igual que con otras dudas, no logro encontrar respuesta, o quizá, mejor, el justo medio. Por ejemplo, como lograr el equilibrio entre un iluminado carpe diem y una actitud comprometida y de esfuerzo.

Vivo los últimos meses como en punto muerto. Estoy inmóvil en un ocasionado momento de apagada imaginación, y digo ocasionado porque creo que es provocado por circunstancias externas, objetivas; cuestiones tangibles que sólo refuerzan mi incertidumbre ante la vida. Viajar siempre había sido una buena receta para reencontrarme y desatascar los atorones anímicos y creativos. Pero esta vez, volví de un viaje y sigo suspendido en la meditación de las cosas, las importantes y las banales, las más cercanas y las más lejanas. Me siento desorientado, perdido en una exaltada quietud y en una incierta espera que parece detener el tiempo.

9 de noviembre de 2008

7 de noviembre de 2008

Acción y contemplación

Después de casi cuarenta años pintando tengo la sensación de que ya me queda poco por hacer —confesión que, reconozco, me duele mucho. En realidad, casi todo me da igual, pues siento haber cumplido, por lo menos conmigo mismo. Será conformismo, será que cada día me interesa menos la acción y más la contemplación. En todo caso, es buen momento para intentar nivelar ambas actitudes.

6 de noviembre de 2008

Casas

“La casa, el domicilio, es el único bastión frente al horror de la nada, la noche y los oscuros orígenes; encierra entre sus muros todo lo que la humanidad ha ido acumulando pacientemente por los siglos de los siglos; se opone a la evasión, a la pérdida, a la ausencia, ya que organiza su propio orden interno, su sociabilidad y su pasión. Su libertad se despliega en lo estable, lo cerrado y no en lo abierto ni lo indefinido. Estar en casa es lo mismo que reconocer la lentitud de la vida y el placer de la meditación inmóvil.”
Immanuel Kant



[Conjunto de pintura divagante]

Serie de muchas más casas —reales e imaginarias— que las que pueda llegar a pintar: casa en llamas, casa que gira, casa blanca, casa de campo, casa verde, casa azul, cuatro casas, casa en medio de la plaza, casa de putas, la casa del horror, la casa de enfrente, casa que llora, casa de sal, casa alta, casa patas pa'rriba, casa del viento, casa sola, casa de nadie, casa de seguridad, casa cuna, la casa del árbol, casa de madera, casa de cambio, casa frente al mar, casa bajo la nube, casa grande, casa abierta, la casa de Dios, casa sin puertas, casa amada, la casa del vecino, casa ajena, la casa de los abuelos, la casa real, la casa de los espíritus, casa de cartón, tu casa, la casa de la montaña, casa de la moneda, casa en Barcelona, la casa de mis sueños, casa colorada, casa cuna, casa nova, la casa del fondo, la casa del perro, casa de adobe, casa suspendida, casa boca abajo, casa con rejas, casa hogar, casa propia, casa flotante, casa de muñecas, la casa del artista, la casa de atrás, la casa de Esmeralda, casa con escaleras, casa de empeño, casa de apuestas, casa de campaña, casa triste, casa de huéspedes, la casa de los locos, la casa de la esquina, la casa del herrero, nuestra casa, casa de la cultura, casa vieja, casa de piedra, casa pequeña, la casa del caracol, casa oscura, casa flotante, casa de pueblo, casa silenciosa, mi casa, casa que vuela, casa chica, casa con torre, la casa de los espejos, casa en Querétaro, casa rodante, la casa de los papás, la casa del mariachi, casa amarilla, la casa del poeta, casa cerrada, casa de los cinco patios, casa vacía, casa llena, casa de bolsa, casa abandonada, casa de retiro, nuestra casa...

28 de octubre de 2008

Exposição Jordi Boldó e Esmeralda Torres

Numa tarde de Outono, o pintor Jordi Boldó expus na Embaixada de México e falou connosco sobre as suas “Pequenas Memorias”.
Também nesse dia a pintora Esmeralda Torres esteve presente com a sua obra.
Kattia Hernandez. http://eventosla.blogspot.com

24 de octubre de 2008

Reflexiones y confesiones



Es probable que me haya dedicado a pintar por mi habitual misantropía, por la sencilla razón de querer estar solo. Quizá, además, por no tener cabeza para otra cosa. Lo bueno es que la pintura me ayuda a pensar mejor. Lo malo, que me obliga a sociabilizar demasiado.

* * *

Cuando empecé a pintar creía en la posibilidad de la perfección. Con el tiempo aprendí que lo importante es el error y que la perfección no ofrece incentivos para mejorar. Los errores y “accidentes” —hasta los más graves o absurdos— estimulan nuestra imaginación y ayudan a seguir sorprendiéndonos. Buena parte de la creatividad consiste en aprovechar las equivocaciones, pues representan la posibilidad de descubrir una nueva poética, aunque al principio te resulte extraña. Baudelaire decía que “lo bello siempre es extraño”.

* * *

Procuro mantenerme lejos de la seducción que la vanidad ejerce sobre la mayoría de los pintores. Siempre hay algo patético en su actitud, sobre todo porque creen en la posibilidad de trascendencia artística. La posteridad no existe. Los artistas mueren y se encaminan, como cualquiera, hacia la nada. Son olvidados por el barullo y el empuje de los vivos a una velocidad vertiginosa. Soy testigo de cómo muchos famosos en vida, al morir —incluso antes—, se esfuman de nuestro recuerdo como dibujos de humo. Conozco artistas e intelectuales de los años sesenta y setenta que no sólo se imaginaron trascendiendo, también creyeron que siempre serían jóvenes, y todavía no salen de su estupor.

* * *

Una buena forma de mantener el equilibrio es pasar la mitad del día dentro de los mundos que uno crea, y el resto, fuera de ellos, atento a lo que nos rodea.

17 de octubre de 2008

Esfuerzo y amor me cuesta
imaginarte volar.
Aún despierto con los ojos
llenos de lágrimas


Muchas cosas cambiaron de repente con tu ausencia. Perder lo que amamos nos obliga a cambiar, a ser otros, diferentes. Sólo la distancia y el tiempo pueden aliviar el dolor. Consuelo que no es olvido, sólo resignación.

Betanzos, Galicia, España

23 de septiembre de 2008

Lo que hay que aguantar



En este mundo de diferencias y frustraciones que vivimos, la disposición a relativizar nuestro pensamiento y nuestra actitud es quizá un buen antídoto contra los intentos de homogenización y globalización. Hoy más que nunca apreciamos el enorme valor de la tolerancia y del entendimiento por la diversidad humana, pero una cosa es la tolerancia y el respeto a la diferencia, y otra, la indolencia. Vivimos contagiados de una nebulosa flexibilidad —moral, cultural, filosófica, artística, existencial, etcétera— que nos hace ver todo lo que nos rodea con demasiada ligereza. Todo es relativo y nada se puede afirmar. Cualquier opinión es respetable, por lo que hay que procurar la integración y no el enfrentamiento. Si bien es cierto que esta actitud tiene mucho de bueno, también es verdad que conlleva un cínico conformismo y una preocupante falta de valores.

Se cree evitar los problemas minimizándolos, incluso ocultándolos; se señala de incorrecto a quien se atreve a levantar la voz y se piensa que la razón se encuentra a medio camino de dos posiciones contrarias. Pero esta apatía no es ingenua, es un gesto egoísta, oportunista y pretexto para no comprometerse. Quien piensa que no existen parámetros para juzgar la realidad, legitima la irresponsabilidad. Cualquiera puede darse cuenta de lo que está bien o está mal, basta con ponerse de vez en cuando en el lugar del otro y exigirnos ser un poco mejores.

La tolerancia es un valor justo y necesario, pero si no queremos caer en la indiferencia y la insensibilidad, no se puede llegar tan lejos con ella. Sería como aceptar la imposibilidad de mejorar. Hay cosas que, definitivamente, no se deben tolerar.

Viene a mi mente el popular tango Cambalache (1934), de Enrique Santos Discépolo.

15 de septiembre de 2008

La Embajada de México en Portugal y la Fundación Rojo Urbiola AC tienen el agrado de invitarle a la inauguración de la exposición Pequeñas Memorias de Jordi Boldó / Martes 14 de octubre, 19:30 hrs. Estrada de Monsanto 78, Lisboa, tel. 351-217621290
La Embajada de México en Portugal y la Fundación Rojo Urbiola AC tienen el agrado de invitarle a la inauguración de la exposición Sombras y Siluetas de Esmeralda Torres / Martes 14 de octubre, 19:30 hrs. Estrada de Monsanto 78, Lisboa, tel. 351-217621290

9 de septiembre de 2008

Resistir


Todo es bueno
y lo hacemos malo
con nuestro veneno.
             Miguel Hernández

De un tiempo para acá vivo a la defensiva, al estilo kung fu. Nada de atacar, sólo defenderme y desviar los golpes que llegan por todos lados. Resistir es la consigna cuando casi todo se vuelve hostil, incierto. En estos últimos años, además, se ha empobrecido con demasiadas muertes mi pequeño mundo familiar, y me siento vulnerado. Hay cosas que no tienen remedio, no hay clemencia posible con el tiempo. La vida es mágica pero frágil, y siempre se nos olvida que todo cambia. La tristeza y el desasosiego me abarcan por momentos, sin embargo resisto y procuro encontrar una inflexión apacible, un alivio para continuar. Ayudaría mucho que cada quien tratara de hacer las cosas mejor, todos sabemos como.

30 de julio de 2008

Amado Julian:
No nos alcanzó el tiempo para decirte todo lo orgulloso que me siento de ti.

Pequeñas memorias

A mi madre, porque ella y yo fuimos iguales.


"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Gabriel García Márquez, en su autobiografía, Vivir para contarla.


Esta serie de ciento nueve pinturas sobre madera está estrechamente relacionada con otra, aún en proceso, titulada Entre el olvido y la memoria. Es un grupo de pequeños polípticos de cuatro partes cada uno, realizados a manera de apunte o cuaderno de ensayo. El resultado es un conjunto de piezas espontáneas, agrupadas en forma de rompecabezas y que pretenden conservar la emoción original de un hallazgo creativo, así como practicar las virtudes de la sencillez; esto, por puro instinto simplificador, por simple afán práctico. Toda la colección cabe en una pequeña maleta y está inspirada en anécdotas y memorias de mi niñez y adolescencia; mitos y recuerdos idealizados que hoy sólo son simples estados de ánimo, añoranza pura.

Pasé mi infancia a saltos entre México y Guatemala. A ratos, criado en libertad casi salvaje por mi madre, mujer romántica y aventurera, y a ratos, educado y sobreprotegido por unos abuelos responsables y cariñosos, pero aburridos y convencionales. Fui un niño introvertido, un poco tristón y solitario, aunque nunca llegué a sentir —claro está— como mis mayores, la ansiedad del destierro. Sin embargo, mi niñez estuvo marcada por los prolongados alejamientos de mi madre y mi hermano, la proximidad mimosa y condescendiente de mi tío, los aspavientos dramáticos de mi abuela y —ahora me doy cuenta— la profunda melancolía de mi abuelo por su vida en Barcelona. Crecí con ellos, y con mis maestros de escuela, la mayoría, tristes exiliados de la guerra civil española.

Nostalgia, sin duda, hay en estas Pequeñas memorias, cuyo trasfondo se remonta a mis primeras experiencias y visiones, generalmente ligadas a la familia, el juego, el colegio y la Naturaleza. Recuerdo el paisaje de Livingston, pueblo de pescadores mestizos, africanos y americanos, en el mar de las Antillas. De ahí, seguramente, son mis primeros descubrimientos como pintor —debería yo tener unos cuatro años. Las imágenes de ese lugar caribeño aparecen repetidamente en mis sueños y en mi pintura. Vivíamos en una rústica casa de madera y techo de lámina, sostenida por cuatro pilotes sobre el mar. Desde una de sus ventanas, se veía, según la marea, un piso de agua, o uno de tierra, así como una extraordinaria variedad de bichos: cangrejos, peces, sapos, víboras, insectos y ratones. Frente a la entrada, se extendía un resbaladizo muelle de tablones con una caseta en la punta, dentro de la cual, como columpio, colgaba una gastada letrina. Ahí sentado, observaba como los peces devoraban mis despojos que caían directamente al mar. Al lado de la casa, jugaba a esconderme y a escalar por la estructura de un laberíntico buque camaronero en construcción que parecía un esqueleto oxidado de dinosaurio.

De Puerto Barrios, recuerdo las enormes pencas de banano que recogía con mi amigo Chang. La fruta, aún verde, era demasiado madura para ser transportada en barco y la compañía bananera no tenía más remedio que tirarla. Chang era un chinito que trabajaba en la panadería de su padre haciendo unos exquisitos pasteles de plátano, pero nunca me dejó verle cocinar porque decía que yo tenía una mirada tan fuerte que cortaba la masa. En ese tiempo, vivíamos en unas barracas junto a la torre de control de un destartalado aeropuerto. En su pista, donde nunca vi aterrizar un solo avión, andaba en bicicleta y perseguía lagartijas y culebras para reventarlas a pedradas.

Recuerdo otras historias ligadas a la violencia política latinoamericana, como la del ataque a un cuartel de policía (ahora sé que fue durante el golpe de estado a Jacobo Arbenz). Atónito, presenciaba el operativo desde el patio de mi casa, cuando, como exhalación, salió mi madre del baño, desnuda y envolviéndose en una toalla blanca. La recuerdo —como si fuera ahora mismo— convertida en una aparición salvadora y angelical que nos protegió a mi hermano y a mi. Los tres, abrazados, permanecimos varias horas debajo de una cama. También guardo en la memoria un Viernes de Dolores en que, después de una manifestación estudiantil, tuve que refugiarme en mi escuela. Aquel día, quedé atrapado en medio de una nube de gas lacrimógeno y vi arder mi banca escolar sobre una barricada; era un pupitre que destacaba por su color y gran tamaño —pero eso es otra historia. Tras un atentado guerrillero a una refinería, fui testigo de la espectacular explosión de un depósito de gasolina que me hizo correr despavorido bajo una enorme bola de fuego. Por fortuna, se desvaneció en el aire antes de caerme encima.

De adolescente, vagué incansable por casi todos los barrios de la ciudad de Guatemala, recorrí sus barrancos y sus suburbios llenos de basura, zopilotes y pobreza. Subí al Volcán de Agua, donde un fantasma se me apareció de madrugada, al Volcán de Fuego, que hizo erupción cuando lo descendía, y al Pacaya, en cuya cima me golpeó una lluvia horizontal de piedra pómez. De ese tiempo, recuerdo especialmente, la tarde en que escuché con sobresalto unos golpes en la puerta. Era mi abuelo, que días antes presentí llegar, venía a convencer a mi madre de que me dejara volver a México. Aquella noche dormí con él en una fría pensión y fue la última vez que le vi, moriría del corazón un año después. Por esos años, pasé una prolongada, pero divertida convalecencia de la hepatitis. Fueron días de lectura y de aprender a jugar ajedrez. Vivíamos en el Chalet Suizo, donde un lorito cantaba de corrido la primera estrofa del himno nacional guatemalteco.

Conocí el manicomio de "La Castañeda", en Mixcoác —no sé porque los maestros del Colegio Madrid nos llevaban a ese horrible lugar— y visité el asilo de ancianos del Sanatorio Español, donde vivió sus últimos días mi bisabuela, una viejita enferma y lunática que sólo vi una vez, pero que nunca he olvidado.

Estas pequeñas memorias me ayudaron a recobrar, inesperadamente, muchos pasajes entrañables que casi olvidaba, pues hasta hace muy poco, jamás me detenía a pensar, ni en mis sueños, ni en mi pasado. Y no porque careciera de ellos, sino porque vivía con demasiada prisa, corriendo sin razón hacia el futuro. Esto, supongo, por una desbordada energía heredada de mi madre. Afortunadamente, gracias a un esforzado ejercicio de la memoria y al trabajo en mis dos últimas series, pude reconstruir, de alguna manera, el desvanecido camino de regreso a mi pasado, aunque siempre he sabido que, en realidad, es un espacio y un tiempo finalmente irrecuperables. Además, esta vez entendí —y no es menos importante—, el valor de hacer las cosas poco a poco, pacientemente.

Si bien no comparto la idea de la responsabilidad del pintor por explicar todo lo que hace (bastante tiene con tratar de pintar bien), si creo ser quien mejor conoce mi trabajo, y por eso asumo la tarea de comentarlo. Mis textos son, más que nada, para mí mismo, aunque me gusta compartirlos y discutirlos para ver las cosas con más claridad. Pienso que con juicios rotundos y unilaterales no se llega a nada y trato de acercarme a la realidad sin imponer mis ideas, sino dialogando con ella. En esta época tan adocenada y polarizada, lo que me parece correcto, es, por una parte, tratar de profundizar en uno mismo, y, por otra, destacar los matices, más que ahondar en dogmas y fundamentalismos . Hoy que la pintura se ve como pasado, tradición, y no como promesa, vivo más atento que nunca a las alternativas que genera mi propio proceso y me vuelvo cada vez más impermeable e indiferente a lo novedoso.

Si bien la pintura me ha dado un lugar en el mundo, quizá algo confuso e inestable —ni más ni menos como el que me daría cualquier otra pasión—, siempre procuro equilibrar mi relación con ella, separando las cosas que me interesan de las que desprecio en el arte. Para mi, la pintura es una manera de vivir, un trabajo que me ocupa totalmente y me sirve de estructura mental; es expresión de libertad y forma de conocimiento, pero, sobre todo, es una alternativa ética. Y esto no es cuestión de conceptos o justificaciones (para ser un artista conceptual se necesita una capacidad reflexiva de la que carezco). Sinceramente, creo que lo que más cuenta en el arte es todo lo que pasa en el espacio mismo de trabajo. El taller es el lugar donde mejor se puede entender la experiencia creativa, y, es precisamente el proceso, la parte que más me importa, más que la idea o el resultado.

Veo el "progreso" de mi propia pintura en espiral, con temas que se repiten, que reaparecen, pero en contextos diferentes. Como método, sigo reflexionando sobre lo hecho y tratando de depurar mi lenguaje. En los últimos años he venido construyendo en mi pintura espacios habitables, amplios, limpios y luminosos, que son en donde mejor me siento. Quizá, por esta razón, el uso intensivo del blanco adquiere un papel preponderante en mi obra reciente . El blanco es un color ambiguo, pues es color, y a la vez, ausencia de color. En mi caso, y particularmente en estas dos últimas series, es sólo ausencia, nostalgia y sosiego.
  • Texto original, publicado en el catálogo de la exposición "Pequeñas memorias”, mayo de 2008, México.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com / Galerías, Pequeñas memorias.

23 de julio de 2008

Pintar y escribir



Vivo en Querétaro, lugar que quiero y conozco hace veinticinco años. Aquí eché raíces. Tengo la fortuna de poder dedicarme a lo que me gusta, gracias a su calidad de vida, a la disponibilidad de tiempo libre y al natural aburrimiento de la vida provinciana. Paulatina y felizmente, me he ido adaptando a esta ciudad —la capital del bostezo, como le llama mi hermano. Cada mañana, despierto con el canto de los pájaros, llamo a mis perros para que se echen a mi lado, y me pongo a trabajar con entusiasmo. Sin embargo, no quisiera quedarme encerrado en la comodidad de mi casa-taller, insensible a todo lo que me rodea. Por eso, siempre busco hacer cosas nuevas.

Tengo la certeza de que casi todo lo que se empieza, tarde o temprano, termina en fracaso. Sin embargo, sigo creyendo que cualquier actividad que emprendamos se debe de asumir desde la emoción y con absoluta entrega. Empecé a pintar apasionadamente a mediados de los años setenta, en tiempos de exuberancia pictórica, y podría afirmar que he logrado, con más o menos fortuna, hacer una carrera de pintor. Digo esto sin ninguna pretensión, pues sinceramente, siempre he tenido serias dudas acerca del valor de mi trabajo, y sé que finalmente, ningún nivel de reconocimiento va a despejarlas. Pero iba yo a otro asunto. Quería decir que las cosas cambian demasiado rápido, que nada permanece, que los sueños de futuro se desvanecen muy pronto, y que sin darnos cuenta, la realidad acaba convirtiendo en obsoleto casi todo. Hoy, después de algunos años, me encuentro con la sensación de que practicar en nuestros días la pintura, parece ser, no sólo una vocación anticuada, sino incluso, reaccionaria.

La pintura siempre ha estado cerca de mí, como promesa, como necesidad o como forma de vida, y si bien mi pasión por ella ha disminuido, no pienso abandonarla. Seguiré pintando, pero siento la urgente necesidad de buscar otros caminos. Por eso, ahora dedico un poco más de tiempo a leer y a escribir, sin pretensión literaria, pero sí con responsabilidad. Tampoco es algo totalmente nuevo para mí, desde siempre me he movido entre la pintura y las palabras.

Hace pocos meses, empecé un blog, una especie de caprichosa burbuja de egolatría, pero también una nueva posibilidad de acercarme a los demás. Le dedico mucho tiempo, en parte, por ociosidad, y en parte, porque me mantiene al tanto de infinidad de cosas que están pasando a mi alrededor y que antes ignoraba. Es muy fácil comenzar un blog, sin embargo demanda demasiado esfuerzo actualizarlo. Quien tenga uno, sabe lo que estoy diciendo. Hace poco también, logré hurtar a la prensa de mi ciudad un espacio donde publicar mis crónicas dispersas y experimentales. Procuraré, pues, aprovechar estos medios y expresarme con libertad e ironía crítica, y hasta donde me sea posible, endulzar mis muchas veces incómodas opiniones, producto de mi habitual mal humor.

Lo contrario de las cosas

Las cosas en este mundo sólo se perciben cabalmente en contraste con su opuesto: la luz por la oscuridad, la alegría por la tristeza, lo bueno por lo malo, el sí por el no, el amor por el odio. Gracias a los contrastes también comprendemos nuestra existencia: vida y muerte ¿Cómo desarrollar visualmente esta idea? ¿Es posible expresar a través de la pintura los pensamientos filosóficos?

Hay opuestos que no son verdaderos, que sólo son contrarios aparentes, o mejor dicho, relativos. Por ejemplo, arriba y abajo, derecha e izquierda, cerca y lejos, frio y caliente. Tampoco el blanco y el negro son opuestos; podríamos decir que ambos son tonos de gris. Al gris más claro posible lo llamamos blanco y al más oscuro, negro.

El origen de discurrir por medio de los contrarios se remonta en la historia al pensamiento griego. La dialéctica es un término derivado de diálogo (título de mi anterior serie), y de entre sus significados el más conocido es el que se refiere a la lucha de los contrarios y a la síntesis de los opuestos. Para Hegel la dialéctica es “la naturaleza misma del pensamiento”. Según él, la realidad es dialéctica y en todas partes se ven tríadas de tésis, antítesis y síntesis. Esta última representa la unidad, y al mismo tiempo, la verdad.

En Oriente creen que en el Tao se anulan los contrarios, que nada es pequeño o grande, próximo o lejano, feliz o desdichado, que no hay luz ni tinieblas. Vuelvo a las preguntas: ¿cómo representar estas ideas? ¿cómo dibujarlas o pintarlas?

La pintura, como las demás artes, es una forma intuitiva y poética de conocimiento, siendo la creación la más depurada materialización del pensamiento. El arte enriquece nuestro modo de percibir la realidad, ya sea que nos hable de cuestiones objetivas o de fenómenos subjetivos.

17 de julio de 2008

El falso facsímil de la historia poética y fabulosa de Panlocus



Por Román Luján

El falso facsímil de la historia poética y fabulosa de Panlocus, de Jordi Boldó, es la narración de una saga de personajes contradictorios pero necesarios en su condición absurda; una crítica desprejuiciada e irónica a las mitologías como fundamento del comportamiento humano, en una época en que las creencias son reemplazadas al ritmo de las estaciones, en que los héroes o villanos se erigen o derrocan por la conciencia individual, como piezas en el tablero de un ajedrez frenético.

Construido en la hibridez del conjunto fragmentario de relatos con el ensayo fantástico, la historia de Panlocus se emparenta, en diversa medida, con algunos cuentos famosos de Borges, la única novela de Rulfo, los relatos más escuetos de Javier Tomeo y el imprescindible “Diccionario Jázaro” de Milorad Pavic, por citar algunas evidencias. Pero más allá de las resonancias literarias, los alcances de este libro se sustentan en su imaginería desacralizante y su humor corrosivo.

A través de una narración ágil, esquemática, panorámica, el autor se detiene en los detalles menos significativos (en apariencia), para mostrarnos con ironía la imposibilidad de la historia, la banalidad de los hechos que la constituyen, la fragilidad de nuestros dogmas. Por medio de la inclusión de numerosos pies de página y referencias cruzadas, conocemos la parafernalia de estudios e interpretaciones que generó ese reino devastado por la confusión y los desaciertos de sus habitantes, pese a la convivencia de la política con la poesía en la vida cotidiana.

No es fácil encuadrar al libro de Boldó en el género de la literatura fantástica, ni completamente en la realista, aunque existirían sobradas inferencias para ambos ejercicios; es preferible pensarlo como un retorcido árbol genealógico, en cuyo follaje aún queda espacio para la rama que muestre nuestra pequeña gloria o ridiculez.
  • El archivo en PDF de este libro de 307 pp. podrá descargarse en jordiboldo.com en el apartado de Textos / Panlocus

10 de julio de 2008

De premios y de banderas

Si se pusiera de moda dejar de hablar de tanta tontería ¡Que maravilla! Ojalá algún día pudiéramos vivir sin escuchar tanta banalidad, y no tener que darle vueltas a cosas que sólo enturbian nuestro pensamiento —de por sí bastante oscuro. Una palabrería hueca nos machaca todos los días desde los medios comunicación que nos apabullan con una avalancha de intrascendentes y mal intencionadas noticias. Nos manipulan con historias anodinas y nosotros lo permitimos, ahondando nuestras limitaciones intelectuales. Nadie protesta, ni dice nada, nos toman el pelo y ni cuenta nos damos. Vivimos en una estupidez colectiva, en una ligereza del pensamiento e incomunicación cada vez mayor. Repetimos y comentamos irreflexivamente una enorme cantidad de vulgaridades originadas en la prensa y la televisión, que sirve únicamente a intereses mercenarios. Todo es relativo y vacío, y se ha instaurado un nebuloso relajamiento social que tolera dócilmente la divulgación y la promoción de los más ordinarios acontecimientos, con una indolencia, una apatía y una indiferencia que rayan en la más absoluta irresponsabilidad.

Y todo lo anterior —para que vean que soy exagerado—, sólo para decir que me parece ridículo el espacio que le dedicaron los medios nacionales a la noticia de que la bandera mexicana “arrasó” en el concurso La bandera más bonita del mundo, evento promovido por un periódico español. Casi un millón de mexicanos visitó su portal de Internet y votó por nuestro lábaro patrio. Hoy, muchos se alegran y enorgullecen de tan especial distinción. Hace muchos años, ya ganamos un certamen similar por la belleza de nuestro himno nacional, quedando únicamente por detrás de “La marsellesa”. En otros concursos que se están realizando ahora mismo, como ¿De qué país es la Miss más guapa?, Miss México va en primer lugar —por amplio margen—, y en ¿Cuál es el mejor plato típico del mundo? van ganando los tacos. En muchos otros concursos también destacamos, pero de esos temas, hoy mejor no hablamos, para qué pasar de la vergüenza y la ironía, a la preocupación.

6 de julio de 2008

Nuevos Hallazgos

En esta breve serie, que es también continuación de Hallazgos a la deriva, me convierto en un reciclador de pinturas pretéritas, las que por muy particulares razones (y no precisamente porque haya hecho algo de lo que me arrepienta) decido modificar hasta llegar a estos Nuevos Hallazgos, más acordes con mis intereses actuales.

Esta vez, el resultado final estuvo orientado de antemano, lo que provocó el surgimiento de varias piezas más o menos utilitarias y previsiblemente distorsionadas. La experiencia de reutilizar mis viejas pinturas como soporte, me deja una sensación especial, similar a la que se tiene cuando regresamos a alguna de esas ciudades que viven aceleradas transformaciones. Guardamos en la memoria una geografía, un mapa mental de esos lugares y sus espacios característicos. Siempre que volvemos a ellos, reconocemos sus calles, edificios y jardines; sabemos que es el mismo lugar, pero choca con nuestro recuerdo la suma de transformaciones que vamos descubriendo. Nos sorprenden las diferencias, los cambios, adaptaciones y sobreposiciones causadas por el paso del tiempo y las acciones del hombre. Son marcas y rastros llenos de significado, señales reveladoras que nos hacen meditar sobre el sentido de la vida y el valor del trabajo. Pues bien, muy parecida a esta experiencia viajera, fue regresar a mis antiguas manchas, formas y colores, para darles un nuevo sentido.

¿Cuánto tiempo pasará para querer reciclar éstas, ahora nuevas pinturas? No mucho, estoy seguro. Mientras, seguiré concentrado en lo mío, practicando una forma de expresión que no se adapta fácilmente a los tiempos que corren (arte sumergente —así le llamo— en oposición al retórico título en boga de arte emergente).

Veo en esta serie, quien he sido, y quien soy al mismo tiempo. La principal diferencia entre los dos, es que he vivido, sumado experiencia y conocimiento. Reconozco que he cambiado, pero percibo una línea constante, sin interrupciones, y creo que dentro de mi dispersión no ha habido una ruptura esencial. Como todos, he acertado y me he equivocado. Confirmo que me gusta trabajar y vivir con lo que se debe hacer cada día, intentado que mis acciones y reflexiones tengan alguna aplicación práctica. La actividad del arte no se consuma exclusivamente exhibiendo o en la publicación del catálogo, principalmente se vive en el taller, lugar donde se piensa y trabaja, y donde se da ese momento ético-reflexivo de hablar con uno mismo.
  • Texto original, publicado en el catálogo de la exposición "Nuevos Hallazgos”, 2007, Palacio del Arzobispado, Ciudad de México.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com en el apartado de Galerías / Nuevos Hallazgos.

29 de junio de 2008

Google, Premio Príncipe de Asturias

Hace pocos días supe que Google había ganado el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2008. Mi primera impresión fue de discrepancia y contrariedad, pero poco a poco, he ido matizando esa sensación, transformándola en una rara mezcla de sentimientos encontrados. En su fallo, el jurado argumentó otorgar el galardón a Google "por poner de forma instantánea y selectiva al alcance de millones de personas el canal de Internet y por favorecer el acceso generalizado al conocimiento", destacando, además, su "contribución decisiva al progreso de los pueblos, por encima de fronteras ideológicas, económicas, lingüísticas o raciales" —argumento, éste último, que me parece bastante discutible. Ni a un escritor, ni a un periodista, ni a una publicación, ni a una organización humanitaria; la distinción fue para una empresa, para una compañía tecnológica que es el emporio de la red más cotizado del mundo, y que, si bien es cierto ha revolucionado nuestra forma de vivir, al crear una herramienta y el algoritmo más potente del mundo para relacionar la información, como tal, no es más que una máquina, que ni siente, ni piensa. Google es un sofisticado aparato que organiza y clasifica la información automáticamente, según criterios preestablecidos, y hace en segundos el trabajo que un investigador haría en días, o quizá meses. Ahora, la pregunta de siempre ¿puede la máquina sustituir al hombre? ¿lo hace mejor?

Como usuario habitual convencido de sus virtudes, pienso que Google es el mejor de todos los buscadores, y que, junto a sus servicios complementarios, permite a millones de personas comunicarse y acceder a un universo de datos y conocimientos en casi todos los idiomas, y de forma gratuita. Sin duda, Google representa el mejor ejemplo de la globalización positiva y es el instrumento que más ha expandido y democratizado la información de todos los tiempos. Pero, con todo, no deja de sorprenderme que se le haya otorgado el Premio Príncipe de Asturias. La primera pregunta que me hago, es ¿se lo merece? y, la segunda, ¿a quién se le da el premio, a la empresa, o a los desarrolladores de la herramienta, que seguro tienen nombre y apellido?

Indudablemente, Google nos da la posibilidad de mejorar en todos los aspectos, pero no hay que olvidar que es, ante todo, una empresa, un monopolio. Y aquí conviene recordar que en su momento, Google, por intereses económicos, cedió a la presión del gobierno chino para que en ese país los resultados que ofrece el buscador estén convenientemente filtrados. También, en otros lugares, han retirado resultados de ciertas búsquedas debido a presiones de personas, entidades o empresas que no estaban de acuerdo con ellos.

Para terminar, una cosa más. Pienso que en esta ocasión se evidenció la ambigüedad enunciada desde el mismo título del premio, pues mezcla dos cosas bastante diferentes: “Comunicación y Humanidades”. Quizá en lo referente a la comunicación, Google sí merezca la distinción, pero en lo correspondiente a humanidades, considero que definitivamente se deberían reconocer otras iniciativas más altruistas y más personales. Eso, por no comentar lo ridículo de darle un premio de 50,000 euros al monopolio Google. En fin, como en todos los premios, la polémica esta servida.

19 de junio de 2008

El espacio público en Querétaro



Seguramente las opiniones y el rechazo de unos cuantos como yo, no evitarán la inercia de que en nuestras calles y plazas sigan proliferando torpes efigies de próceres bronceados y petrificados, a pie o a caballo, absurdas esculturas “modernistas” y “fuentes danzarinas”. Sorprende la indiferencia ante los horrores y atropellos estéticos que se multiplican día a día en los espacios públicos. Nadie protesta cuando se instalan caprichosamente obras que convivirán permanentemente con los ciudadanos. Es evidente la falta de planeación y la insensibilidad artística de quienes mandan a colocar o reubicar nuestros monumentos, fuentes y esculturas, convirtiendo a nuestra ciudad en un caótico batiburrillo y en un espacio de progresiva pérdida de identidad.

Son demasiados los monumentos y esculturas que no armonizan con el entorno arquitectónico, y pocos, los que tienen un indiscutible valor histórico y cultural; lo más recurrente en todos los rincones es el monigote patriótico, paticorto, la figura kitsch, el objeto absurdamente agrandado o el bodrio sin sentido. Ejemplos, dentro y fuera del Centro Histórico, abundan: la estatua ecuestre de Melchor Ocampo, frente a la entrada del parque del Cerro de las Campanas, o la de Ignacio Pérez, en el cruce de Universidad y Corregidora; la populachera figura del danzante conchero, junto a San Francisco; el Santiago Apóstol, que no cabe en la cuchilla de Independencia y Carranza; el bronce de Josefa de Vergara, junto a Teresitas; los “músicos efebos” de los andadores Libertad y Vergara; las dos esculturas para nuevo rico en acero inoxidable de Leonardo Nierman; el “Futbolito”, en 5 de febrero; el “monumento a la familia”, frente a Plaza del Parque; y, el peor —no sólo por razones estéticas, también éticas—, el vulgar monumento a Benito Juárez que corona la ciudad, en la cima del Cerro de las Campanas.

No existe en Querétaro mucha conciencia sobre este importante tema, y por eso, los “artistas” que han disfrutado del favoritismo político, han hecho las cosas tan mal, sin entender la trascendencia de su trabajo y creando autónoma e irreflexivamente gran cantidad de objetos bizarros, carentes de imaginación o propósito. Por eso, sus trabajos se derrumban cada día más, tanto literal, como artística y simbólicamente.

Desde principios del siglo XX, y con los innovadores aires vanguardistas, en muchas ciudades del mundo —algunas incluso sin ostentar el título de patrimonio de la humanidad—, se empezaron a promover encuentros y discusiones de especialistas para avanzar en el difícil tema del espacio público. Desde entonces, la lógica y la percepción del monumento y la estatuaria, junto a otros elementos urbanos, se han venido modificando sustancialmente, siendo estas expresiones cada vez más rechazadas y tendiéndose a una arquitectura esencial, más ordenada y funcional. Así, se han revisado a profundidad otros aspectos relacionados, como el mobiliario y los adornos; bancos, marquesinas, balaustradas, escaleras, miradores, plazas, señalamientos, iluminación, áreas verdes, etcétera. Habría pues, que ponerse a trabajar, y empezar —dado su significado— por el Centro Histórico, que ha sido irracionalmente usurpado por automóviles, oficinas públicas y comercios.

17 de junio de 2008

Estaciones y terminales

Exposición multidisciplinaria que explora desprejuiciadamente esos nostálgicos y sonámbulos lugares de paso, puntos de llegada y de partida, de encuentros y despedidas. Conjunto heterogéneo que propone un viaje sin escalas y sin equipaje a través de singulares rutas, estancias, apeaderos, puentes, terraplenes y salas de espera. Visión errante y plural de siete destacados artistas contemporáneos de nuestra región, que proyectan con la pintura, la escultura, la fotografía, la gráfica, la instalación y el arte-objeto, su deseo de desplazarse para ver lugares distintos y conocer otra gente, otras arquitecturas y otras formas de vida.


Eduardo Guillén / Alejandra del Hoyo Huidobro / Rodrigo Lara / María Guadalupe Padilla / Victoria Elisa Pérez Cuevas / Gerardo Ríos Pacheco / Mariano Ruiz Rosillo / Yazmín Saldaña

Galería Libertad / Andador Libertad 56, Plaza de Armas
Inauguración: viernes 20 de junio, 20:00 hrs.

10 de junio de 2008

Hallazgos a la deriva

[Cuando me pierdo encuentro el camino]


“…el arte es una aventura hacia un mundo desconocido que sólo pueden explorar quienes estén dispuestos a correr el riesgo”
M. Rothko


Si bien mi pasión por pintar se ha vuelto menos compulsiva últimamente, no me imagino desempeñando otra actividad que no sea precisamente esa. La pintura siempre ha estado cerca de mí, ya sea como promesa, como necesidad o como forma de vida. Convivo con ella desde la adolescencia y me sería difícil dejarla, aunque por momentos me canse o pierda motivación. La pintura vive tiempos difíciles, de desprecio, de desconcierto y manipulación, sin embargo, no sé porqué, creo que se avecina un retorno a lo pictórico, aunque incorporando otros soportes, tanto en espacios formales como alternativos.

Existen muchas razones por las que un pintor insiste en su camino. Y si bien es cierto que la pintura abstracta ya no es una tendencia joven, para mi continúa vigente, siendo quizá la única opción que tengo de seguir activo. Practico el abstraccionismo por vocación, porque no me interesa otra forma de contrarrestar una realidad externa que cada día me agobia más. Por eso mi pintura es abierta, exploratoria, más bien lírica que racional; irónica, irreverente y desprejuiciada. No quiero caer en tontas “actitudes heroicas”, de rescate —ridículo tan sólo planteárselo—, pero sí debo reconocer que la continuidad de mi trabajo conlleva un alto riesgo, dado el amor con el que lo hago desde hace varios años. Así que seguiré pintando, aún en tiempos de desdén por la pintura. Pero creo en la urgencia de cambiar, de buscar sin descanso otros caminos. Me va la vida de por medio, y no creo que exagere. Desde siempre he pintado como un acto vital de libertad, y no quiero perderla. Continuar es, además, un desesperado esfuerzo de supervivencia.

Por lo dicho no parece, pero hago todo lo posible por quitarme de problemas, por conservar una “actitud despreocupada”, al margen de conceptos, teorías y demás visiones paralizantes. Procuro, sobre todo, encauzarme por los sentimientos, el retorno a la naturaleza y la consideración de lo humano.

Para mi forma de pintar no siempre es una ventaja saber. La experiencia me enseñado que para descubrir algo nuevo hace falta ignorar lo aprendido, renunciar a la seguridad que da lo que se cree dominar. Esta osadía que se tiene cuando se es joven, con los años se va perdiendo y empezamos a actuar por inercia, por automatismos, reflejos y convicciones adquiridas que dejan de ser útiles. Es entonces cuando se impone un cambio drástico de rumbo, una nueva estrategia para enfrentar los problemas de otra manera. Creo que la flexibilidad y la espontaneidad son tanto o más importantes que los conocimientos adquiridos.

Desde siempre mi pintura ha sido una especie de juego confuso y analógico al que después de terminar debo buscarle laboriosamente una explicación. Reconozco que esta urgencia por aclarar es más bien una labor complementaria, quizá neurótica y no propiamente artística, pues pienso que mientras más se entiende y controla el proceso creativo, más se corre el riesgo de olvidar lo esencial. Explicar mi trabajo me parece una necedad, una necesidad intelectual o científica más que artística. Cuando mejor me salen las cosas es cuando me siento perdido, cuando viajo sin mapa y voy despistado. Esto lo acabe de aprender con Mapa de ensayos, donde rompí con el agobiante rigor de toda serie y emprendí una aventura más despreocupada, ligera de conceptos, prejuicios y dogmatismos. Sin duda, fue una sana toma de distancia, reanimante y liberadora.

No siempre es necesario tener las cosas claras. Se puede existir sin comprender, y pintar requiere ser lo bastante ingenuo y valiente como para no tener definido un destino y aceptar sin reservas ni coartadas el desconcierto, la desazón y el vértigo que produce andar a la deriva. En vez de buscar explicaciones, fórmulas, conceptos o exorcismos que suavicen el horror al vacío y el miedo a lo desconocido, una buena actitud es aquélla que se alimenta de la confusión misma. Para pintar debemos aproximar lo que sabemos con lo que sentimos, tomar riesgos, cambiar de dirección, navegar sin timón, perdernos, tener la osadía de querer ver más allá. Pero sobre todo, estar siempre dispuesto a empezar, empezar y volver a empezar. Así es como se consiguen los valiosísimos hallazgos, imágenes simplificadas, claras y precisas con las que más nos identificamos. De aquí el título Hallazgos a la deriva que he escogido para esta serie.
  • Texto original, publicado en el catálogo de la exposición "Hallazgos a la deriva”, 2006, México.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com en el apartado de Galerías / Hallazgos a la deriva.

4 de junio de 2008

Vanidad, ilusión y resistencia



Pintar es un acto de vanidad, pero también de resistencia, como el vivir. No hay duda de que para pintar —y sobrevivir— el ego y la tenacidad son dos cosas tan necesarias como el talento. Sin embargo, sólo se pinta motivado, cuando se tiene ilusión, que es el motor y el escudo interior que nos impulsa y protege de desengaños. Ser pintor es picar piedra, ser constante, pero también es atreverse a exponer lo que pintamos, aunque dudemos del valor de lo que hacemos. El artista muestra su trabajo por vanidad y por ambición. Para crear hay que ser ambicioso, y toda ambición necesita disciplina. El vanidoso siempre se esfuerza por mejorar. Visto así, peor que ser vanidoso sería no serlo. Un poco de vanidad disimulada siempre viene bien para vivir.

Casi todos los pintores que conozco son presuntuosos y se odian entre ellos. Sin embargo, muchas veces se juntan para medirse u obtener algún beneficio. Se reúnen porque necesitan sacar a pasear sus egos, pues no tendría ningún sentido dejarlos guardados en casa. A ningún pintor recuerdo por su modestia, a pocos por su sentido del humor, y menos, aun, por la brillantez de su pensamiento. Esto, quizá, como consecuencia del trabajo físico y la soledad en que lo desempeñan. Como otros artistas —los pintores—, piensan que sus creaciones son lo mejor de ellos mismos, y por eso sufren tanto con el rechazo de su obra.

En fin —y para terminar—, creo que en general no me agradan los pintores; personalmente, prefiero tratar con escritores y otros desconocidos.

3 de junio de 2008

Traslaciones

Esta serie es el producto de una íntima valoración y de la revisión crítica de mi propia producción, concretamente de las series Silencios (1988-90), Enigmas (1990-91), De lo uno a lo otro (1992), Revelaciones profanas (1992-94), De cuerpo presente (1994-95), y Libertad, Justicia, Democracia (1995-96). El propósito fue, sin apartarme de la experimentación, asumir una actitud más reflexiva para ampliar criterios, desarrollar posibilidades y depurar mi lenguaje pictórico a partir de decantar ciertas formas esenciales o elementales reconocidas como propias.

Siempre que termino una serie y empiezo otra, tengo la sensación de quedar atrapado en un callejón sin salida. Es un sentimiento de desasosiego que me obliga a revisar, no tanto el resultado, como el mismo proceso creativo. Aunque a veces he realizado piezas más o menos preconcebidas, la mayoría de las reflexiones se dan sobre la marcha, mientras pinto, o al terminar una sesión de trabajo. Pero las cavilaciones de mayor profundidad invariablemente las hago al agotar una serie. Es entonces cuando casi siempre llego a la conclusión de que, o asumo que lo importante es partir del concepto y que debo guiarme primordialmente por él, o, seguiré condenado a tener que volver y volver a empezar eternamente, que es quizá la manera menos cómoda de "avanzar", pero aquí lo que menos importa es la comodidad.

Pues bien, en esta serie empecé —como casi siempre— todo de nuevo, pero con la diferencia de apoyarme en lo hecho previamente, considerándolo en su conjunto como un simple experimento preparatorio. Así, pude rescatar, subvertir y trasladar (de ahí el nombre de Traslaciones) determinados elementos pretéritos. Pero este conjunto no es sólo un ejercicio autoreferente, es sobretodo un serio intento por desarrollar una abstracción más personal, una abstracción que tienda puentes a la figuración y que genere formas y soluciones menos convencionales. Siempre he buscado una pintura que, sin traicionar su origen, perder lirismo, pasión o pureza, se resuelva cada vez con mayor rigor, que no me avasalle, más contenida, pero que subordine la teoría a la acción (para mí el hacer es fundamental, y sin duda, me interesa mucho más pintar que teorizar). Por otra parte, creo que en el arte hay un principio esencialmente intuitivo, en donde las cosas son consecutivas y evolucionan de manera natural de acuerdo a un sistema que se genera por sí mismo y que crea sus propias leyes.

Cultivar en estos tiempos racionalistas el abstraccionismo, sea gestual, informalista, lúdico, explosivo, hasta reflexivo o conceptual, puede conducir a un falso romanticismo, retórico, dogmático y, por lo tanto, ridículo. Esta actitud, me parece, proviene de una anticuada concepción heroica que se tiene del artista. Otro riesgo de practicar esta tendencia en nuestros días, es que fácilmente se puede caer en un monótono academicismo o en el más insulso de los decorativismos, producto de la natural inercia al refinamiento esteticista. Criterios que son bastante celebradados por críticos, galeristas y público en general, pero que me parecen reprochables en la actitud del pintor.
  • Texto modificado del original, publicado en el catálogo de la exposición "Traslaciones”, 2006, México.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com en el apartado de Galerías / Traslaciones.

Tras las Traslaciones de Jordi Boldó
Por Luis Carlos Émerich

Trasladar es sinónimo de trasegar: verter un líquido de un vaso a otro (para oxigenarlo, si se trata de vino). Y en el caso de las Traslaciones de Jordi Boldó, trasegar equivaldría a significar la acción misma de identificar y extraer de su contexto original las constantes formales y las variables temáticas que caracterizaron su lenguaje plástico en los últimos diez años, para “oxigenarlas” tras la experiencia acumulada en su propia gestación y al aire de los virajes posmodernos del abstraccionismo lírico. Así que, mejor que como una serie pictórica, Traslaciones segunda serie bien puede verse como suerte de modelo de 90 piezas de diversos formatos para armar (museografiar) como un enorme políptico conmutable o contemplable en su totalidad a través de cualquiera de sus piezas, desde que cada una refleja cabalmente su tema esencial: el planteo de la movilidad de los significados de constantes expresivas y reflexivas que, pese a haber sustentado durante diez años temas específicos (como el silencio, el placer, la muerte y hasta los ideales sociales como una abstracción), hoy despojadas de su calidad de vehículo recobran su condición original abstracta, como estructura del lenguaje pictórico personal de Boldó.

Sin embargo, más allá del intento de racionalizar una obra por principio ajena a la lógica de la representación, Traslaciones revela la capacidad de abstracción del pintor como un latir constante, sea sobre un continuo lógico o sobre un discontinuo significativo, desde que lo anímico y lo reflexivo terminan por fusionarse, en diversas proporciones, en un tercer ente autosignificado. Por tanto, el propio hacer —trasegar, decantar, aislar, mezclar, sublimar— deviene sujeto y objeto, y las obras estaciones de paso o planetas de un universo cuyo núcleo sería el contradictorio don de abstraer la materia, es decir, de explorar las dimensiones en que la materia es por sí misma la inasible estructura de inconsciente.

Estas pinturas son resultado de la segunda acometida reconsideratoria de las sintaxis y los signos planteados por el propio Boldó, lo cual significa que la reincidencia y la incontinencia son los síntomas de este hacer como principio y fin de la obra, que en estas nuevas Traslaciones se resolvería idealmente, como el flujo vital, en la consumación de los siglos.

Traslación también es sinónimo de metáfora y de traducción. Y si Traslaciones resultara asimilable metafóricamente, implicaría el contradictorio intento de expresar la infinidad a través de la materia. Por ello, Traslaciones conlleva la necesidad de comenzar de nuevo cuantas veces una conclusión se revele como punto de inicio, es decir, cuando la aparición de una imagen indique un desvío hacia la representación, que significa virtualidad; cuando un accidente produzca ilusión de profundidad espacial, que puede significar paisaje; o cuando la introducción de objetos a un campo abstracto refiera a contingencias del mundo físico exterior, que significa narración o simbolización. En estos puntos límite a los que llega con desenfado, Boldó parece bromear con el abstraccionismo como una pretendida realidad aparte y autoconclusiva, pero también con el figurativismo y el conceptualismo, por la incapacidad tendencial de trascender sus propios cánones y ser por sí mismas, lo cual constituiría la meta sublime de Boldó en particular y del arte en general.

Impulsiva por principio, pero tendiente a conceptualizarse con los años, la obra de Boldó ha exteriorizado flexiones anímico-matéricas que van desde el juego dinámico de la forma por la forma, a la disolución de la forma a manera de “suspensión” de materia en el espacio, hasta el uso del espacio como campo de fuerzas donde se tensan los recursos de la materia para implicar sus capacidades reflexivas abstractas. Del juego como expresión de libertad, al placer como conflicto entrañable y hasta el establecimiento de parangones entre la abstracción pictórica y la de los ideales colectivos, es probable que el pintor descubriera que la experiencia de expresar sensaciones a lo largo del tiempo tenía en común ciertas constantes y que éstas consolidaban un lenguaje que si era capaz de soportar drásticos cambios de sentido, es por que poseía una presencia autónoma, es decir, era un motor autocebante que, en última instancia, constituía el verdadero ser de su obra y, por tanto, que los temas y los motivos eran meros recodos circunstanciales en el camino hacia lo esencial.

Por ello, esta segunda serie de Traslaciones no es, como el propio autor declara, un “ejercicio autorreferente”, sino la revelación de los elementos pictóricos que, si una vez adoptaron las formas del silencio y del enigma, del erotismo y de la expectación temerosa o placentera, hoy se autosignifican sobre la premisa de que la energía de la emisión de signos y estructuras del lenguaje terminó por imponerse como una entidad aún más compleja y fascinante que la necesidad de expresión temática que la originó.

Al asumir como sujeto pictórico al lenguaje mismo, Boldó ganó por derecho propio la mayor de las libertades, no sólo para esencializar sus modos privativos de expresión o para sintetizar signos explorados en función de un tema, sino para dejar ser al lenguaje, sin restricciones y sin importar que tal abstracción se tope con referencias figurativas e, incluso, con objetos útiles (artificiales) que al caducar recuperaron su calidad de conformaciones (naturales) de la materia.

Siendo e lirismo el motor de la modalidad abstraccionista por la que Boldó ha viajado durante veinte años, con la condición personal de no darle demasiada importancia a sus escalas o destinos establecidos por otros creadores en el presente siglo, su lenguaje es el de la materia como una latencia sin sosiego o como una amorfidad global primigenia que el arte busca articular relativamente para anularle sus poderes absolutos.

La materia manejada por Boldó es arenosa, densa, pedregosa y cromáticamente tornadiza. Y aunque el flujo automático de sus formas y no formas, de sus figuras y no figuras, de sus campos de color contrastantes o invadiéndose recíprocamente o contrapunteándose sobre la superficie plana, trasunte sus orígenes fantásticos, las múltiples posibilidades de despliegue y composición propiciadas por tal materia han quedado despojadas de sus capacidades simbólicas, a fin de superar toda intención narrativa. Sus encuadres de una llanura texturosa y colorida, muchas veces en pequeño formato por el afán de intimar al máximo con la materia, a veces en gran formato o a manera de polípticos para desplegarla como un universo, bien podrían recordar indistintamente un yermo sin horizonte o una tierra de todos y de nadie, sino evitaran toda intención paisajística, aún cuando acepte la generación espontánea de figuras o esquemas reconocibles o la naturaleza de la conjugación de elementos plásticos atraiga a objetos heterogéneos. Esto confirma que en la obra de Boldó, toda alusión o interferencia del mundo exterior termina por “abstraerse”, es decir, por perder su identidad utilitaria para asimilarse como una forma compositiva e incluso como un motivo cuya ambigüedad alude a la posibilidad de un orden perdido irremisiblemente en el mundo exterior, supuestamente racional.

Por todo ello, Traslaciones no sólo revela madurez creativa para reconocer aciertos y desaciertos de una propuesta de lenguaje pictórico que no niega su ascendencia abstraccionista lírica, porque su emocionalidad no sólo admite recargas de energía incluso de índole distinta a la de su naturaleza original, sino que a más de medio siglo de su diversificación por las modalidades europeas y norteamericanas hasta hoy, resulta abarcable hasta sus orígenes conceptualizados a principios de siglo, para tomar una distancia crítica que sus creadores no pudieron tener. De modo análogo a otros abstraccionistas de su misma generación, Boldó maneja un bastión de opciones de lenguaje enfocables desde la perspectiva plástica actual, es decir, crítica y por confrontación con todas las demás tendencias, incluyendo sus antitéticas, lo cual permite elegir, parafrasear, desnudar, sintetizar y hasta revertir o pervertir la intencionalidad de sus elementos. Desde que tal distanciamiento implica la superación de la contingencia histórica de su surgimiento, el uso y hasta el abuso de sus signos conlleva su asimilación hasta grados domésticos y, por añadidura, la conquista de la libertad de manipulación incluso irónica. De allí que la libre cita de figuraciones y la presencia de objetos sin una precisa carga connotativa, por ejemplo, signifiquen un intento de superación de sus cánones.

El óvalo irregular, que podría ser huevo, piedra o agujero; el esquema cúbico que pudiera ser dado, casa, o cita lúdica del perdido rigor geometrista o intelectual, o bien, la cuadrícula, que pudiera ser contrapunto cartesiano del trazo espontáneo e irracional o mero recuerdo del cuaderno cuadriculado de la infancia; la silueta ojival encapuchada que pudiera ser falo, torre o tótem, pierden su poder simbólico cuando devienen clave, como es el caso de la introducción deliberada de un marco de madera para pintura, que sugiere mejor la noción de la pintura como arte, que como encuadre de la imagen dentro de la imagen.

Si de todas las tendencias pictóricas del presente siglo, el abstraccionismo lírico es la única que realmente ha permitido la libertad expresiva sin más restricciones que el logro de una coherencia interna particular, bien puede significar que es la única inmanente a la naturaleza humana, en el sentido que los ingleses decimonónicos atribuían la inmanencia divina al paisaje natural. Por propiciar la expresión de todas las emociones por contradictorias que sean y sin necesidad de justificar ni sus focos de emisión o sus medios de representación y, menos aún, el sentido de su proyección, tal vez sea el único lenguaje plástico que forma una unidad indisoluble entre autor y obra, y a niveles tan absolutos que rayan en la irracionalidad. Sin embargo, las motivaciones del abstraccionismo lírico actual son tan ajenas a las de su origen como las del nuevo expresionismo lo son del expresionismo de entreguerras. Tal vez Jordi Boldó, por su origen catalán, conserve en su memoria genética los mismos provocadores fantásticos, abstractizantes y materizantes que hicieron surgir el bastión plástico catalán de la postguerra cuyo mayor exponente sería Antoni Tápies, y por ello le sea connatural la asociación automática de impulsos y la experiencia también automática de materializarlos aun cuando aluda irónicamente a huellas figurativas, así como a la intuición para suspender la interacción de todos sus elementos en el momento en que han llegado a una conclusión, aunque ésta sea tan efímera como los paradigmas del siglo XX, o bien, cuando surja la necesidad de iniciarla de nuevo para ahondar en sí misma y, en su caso, con otro sentido, para seguir generando interrogantes.

Acto de comunión entre el ser y el mundo, o consagración de la materia como equivalencia de las estructuras de inconsciente, el abstraccionismo lírico de Boldó se distingue por encontrar en su mutabilidad tanto formal como significativa, la oportunidad de poner en tierra el ideal de liberar a la pintura de toda intención racional, para que las sorpresas del propio instinto lo sean para todos los demás.
  • Texto original, publicado en el catálogo de la exposición "Traslaciones”, 2006, México.

2 de junio de 2008

Aspa Viento

Por Román Luján y Jordi Boldó


Escándalo, alarde, trasgresión. Hélice, palanca, lanzadera. Brazo del aire, roca suspendida. Jardín en llamas, deshuesadero, territorio de voces. Diálogo entre la materia y la energía que la vuelve perdurable, Aspa viento reúne nuestras tentativas por generar una zona expresiva mutua, por desautomatizar nuestros procesos creativos a fin de amalgamar palabra e imagen en el espacio virgen de la hoja o el cuadro.

A diferencia de artes como la danza, el teatro o incluso la música, que en el escenario y frente al espectador suelen combinar sus lenguajes particulares a favor de una obra compartida que las justifique, literatura y pintura son formas de expresión tan independientes que, en la mayoría de los casos, sólo interactúan para ilustrarse. Así, es frecuente que un artista plástico acompañe de grabados una novela o que un poeta escriba a partir de una pintura; es decir, que la obra plástica concluida inspire o motive la creación literaria o viceversa.

Nuestra búsqueda es distinta. En vez de ilustrar poemas con imágenes o cuadros con texto, hemos asumido la tarea de armonizar nuestros medios expresivos más elementales, de hacerlos coincidir sin jerarquías en la creación simultánea de objetos híbridos, en los que coexista la energía poética de ambas disciplinas.

La serie se conforma de cuatro estancias, cuatro senderos donde la poesía es mirada, leída la pintura. Piedremas alude a la sugestión de lo fortuito, de lo encontrado bajo el zapato. Las rugosidades o planicies de las piedras revelan los signos que en ellas palpitaban, la sustancia primigenia que les era propia. A partir del trazo mínimo, la materia devela sus coincidencias y contradicciones en el territorio del lirísmo. Tu cuerpo está compuesto por doce haikús enmarcados en sendos dípticos, que simultáneamente aluden a los fragmentos, visibles e invisibles, inanimados o intangibles, del cuerpo femenino, en un tributo al simbolismo de sus múltiples aristas. Huelga decir explora en el espacio blanco la mutabilidad de los signos: la plasticidad de la grafía y la discursividad del trazo. El resultado es un conjunto de poemas visuales en los que, mediante la abstracción, la palabra asume la inmediatez de la imagen. Finalmente en Aspa Viento, el poema en prosa hace de la saturación verbal un torbellino que estrae las raíces del lenguaje y potencia la expresión plástica. El cuadro, que funge como cédula del poema, sustrae o propone una palabra de cada segmento para reelaborarlo: fruto replegándose en semilla.

Las cuatro vertientes de Aspa Viento son los cardinales de ese tercer lenguaje que se agita entre la voz y la mirada. A partir de la obra conjugada, el espectador-lector creará sus propias certidumbres y conjeturas, su propia versión de las aspas, surtidores o navajas que en el viento hacen germinar el relámpago de los sentidos.
  • Texto original, publicado en el catálogo de la exposición "Aspa Viento”, 2008, México.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com en el apartado de Galerías / Aspa Viento.

1 de junio de 2008

30 de mayo de 2008

De cuerpo presente

Por Luis Carlos Émerich


Por Jordi Boldó, parecería que la pasión sólo puede estallar con toda su magnitud y pureza si prescinde de referencias figurativas, no importa que sea provocada por desafíos creativos o por impactos emocionales contra una realidad física igualmente avasalladora. Por Boldó se diría que hoy la pasión sólo puede serlo si “abstrae”, y que todo lo demás, a pesar de cargarla y detonarla, es lo de menos: pastiche, formalidad, pretexto, continencia, información, todo aquello de lo cual se prescinde al ser sujeto de sensaciones inexplicables y al rehusar la gratuidad de acusar explícitamente su origen. Todo lo demás: la referencia objetiva o anecdótica, el uso del color por sus equivalencias anímicas o contextuales evidentes, la alusión a un orden compositivo buscado o perdido irremisiblemente, constituyen ese equipo formal accesorio que, por manoseado o mejor significado por pasiones ajenas a la creación pictórica, ya no es más que un mellado herramental para guiar racionalmente hacia lo que obtiene su mejor definición por carecer de razón.

Si lo anterior no refiere a la o las genealogías del lenguaje o lenguajes pictóricos que recuerda la obra de Boldó, y si se alega que es imposible prescindir realmente de todo al desbocarse la pasión, es que De cuerpo presente promete la ilusión de empezar todo de nuevo, incluyendo el medio de su expresión, puesto que así el artista parece “iniciarse” en sí mismo como en un culto personal sin precedentes, pese a toda evidencia contraria. Por esto, su tachismo da la impresión de haber sido recién descubierto, ya que la desazón existencial que lo energiza, dejó de ser genérica e incluso histórica, para ser privilegio exclusivo del pintor.

Si esto es tan virtual como resulta la pasión al someterla a (psico)análisis, también lo será De cuerpo presente por haber requerido de un motivo o de un signo provocador para volcarse. Y este motivo-signo-señal es un cuerpo que, a primera vista, parecería producto de una desnaturalización geométrica, o la identidad morfológica de un trazo recurrente, o un mínimo apoyo o punto de partida o una compulsión, que al citarse una y otra vez se transfigura sin perder su intrigante esencia. Si tal cuerpo no puede ser una sola y tan obvia cosa porque nunca está de veras presente más allá de su posibilidad de concentrar atmósferas, entonces tendría que ser una metáfora y, si hay que decirlo, tal vez sea la del propio cuerpo acechado del pintor, o bien, el cuerpo existencial en crisis total, o el cuerpo como blanco ineludible tanto de placeres como de adversidades, o bien (o mal) todos los cuerpos-motivos de la abstracción fusionados en uno ininteligible: la mancha armada con un apetito voraz por el espacio vacío, devorándolo-saturándolo por completo, o bien, la empresa emocional que es la pintura sin más referencias que sus propios accidentes, y que sólo se manifiesta mediante enigmas cuya solución siempre estará gravitando alrededor de la propia pintura.

Si no, los rombos como troncos, los círculos como ombligos o los triángulos como ingles o las manchas-miembros divergentes como brazos o piernas, no parecerían rupturas “orgánicas” accidentales de densas brumas o costras cromáticas tan duras al tacto y a la vista como muros o tan impenetrables como éstos. Una de dos: o tales sugerencias formales son sólo sobrevivientes de un naufragio entre las agitaciones existenciales del vacío de las figuraciones, o bien, el piélago de colores, ola tras ola, resaca tras resaca, son conmociones que no terminan por ocultar un intento de figuración original, que como asidero de la razón o como tablita salvadora, se sabe que no existe aunque nadie dude de su posible necesidad latente. Entonces, tal vez tan radical posición ante la pintura, lo es también ante la existencia, ante ese todo o esa nada que hay que fijar para encontrar aunque sea las apariencias y las texturas de su(s) sentido(s).

Por todo esto, no habrá que mencionar a los materistas españoles e italianos de origen surrealista, o al Wols o el Gorky más viscerales, ni siquiera a los suprematistas de cuya ortodoxia tal vez huya Boldó, porque se le restaría intensidad a una pasión incompatible por lo desconocido, lo indefinible, lo innombrable, lo inevocable e infigurable, que sólo se puede comunicar, transferir o contagiar así, con toda pureza y con toda la fuerza, en directo, para no confundir el objeto —ese cuerpo— aludido en estas pinturas, con el objetivo pictórico.

A casi cualquier otro abstraccionista pasionario podría atribuírsele la paternidad del lenguaje que Boldó ha subvertido, pero dentro del panorama mexicano sólo podría situarse en una imprecisa, si no es que imposible línea que reptaría desvaneciéndose entre una sensibilísima visceralidad y formalismo espontaneísta composicionista que en sus orígenes fue telúrico y, como tal, imprevisible. Y tan indefinible punto de unión, o precisamente, de separación radical, no se daría en México hasta la generación de pintores que asumió a la anterior, la Ruptura, como camino andado (y a la que pertenece Boldó y a la cual mira de lejos), para profundizar en sus propias convicciones, asediada, tentada por neosalvajismos y transvanguardias que dificultaban la conservación de la pureza y, por tanto, de la frescura y la originalidad.

Aunque el abstraccionismo lírico retomado luego de su estallido, es el que mayormente permite el estallido de esta individualidad, también es, paradójicamente, el que mejor la anula. Por esto, cuando el camino parecía desbrozado, Boldó agarra rumbo a la espesura de nuevo, porque es la que lo intriga y no la llaneza del desarrollo “natural” de un lenguaje que usualmente desemboca en una ya tradicional bifurcación: el trazo mínimo para significar el vacío como milagro (Motherwell, Schnabel) o la nueva batida violenta para reinstaurar sus mejores verdades (Frankentahler) perdidas en sus principios por la premura y la ansiedad de su hallazgo. Ante esta disyuntiva, quizá Boldó optó por el abandono o por el desentendimiento de tal encrucijada, tal vez traicionando su linaje, para desbocarse ante la tela y luego separarse de ella, como si corriera una aventura con un perfecto desconocido, consigo mismo, porque las estructuras de lo ordinario (de lo “razonable”) se han roto y dejado escapar la paz que supuestamente conllevaba.

Si todo lo anterior suena romántico es que De cuerpo presente puede contemplarse así, como un inusitado recodo de la pasión convertida en heroísmo en tiempos materialistas, cuando quedaron fuera de la vista sus provocadores externos y ya nada se puede imitar de la naturaleza que no sea humano sin que los humanos aparezcan por ahí como sus portadores simbólicos. Pintar el “clamor de la multitud sin pintar la multitud”, como dijera Delacroix, resulta aplicable siglo y medio después a quien pinta las mil manifestaciones de su propio furor mediante un lenguaje que acopió los elementos esenciales más afines a sus particulares motivaciones expresivas, no sólo del tachismo sino de una parte fundamental de la historia del arte llamado moderno en el siglo XIX. A saber, del romanticismo, ecos del fragor de las batallas, angustias de naufragios como equivalentes “cósmicos” de la intimidad individual; del simbolismo, la capacidad de la forma (no de la figura) para intensificarse legendaria, míticamente, a medida que se desvanece; del expresionismo el desahogo que toca la irracionalidad, y quizás del impresionismo la capacidad de la luz para configurar objetos, sólo que tales objetos son ahora invisibles. Del siglo XX, por supuesto, la libertad para hacer confluir en una sola pasión el desgarre de todas las tendencias, que dejaron de ser antagónicas o mutuamente anulatorias en tiempo de eclecticismos y la terquedad en creer que no todo ha sido dicho aún sobre la relación entre los sentimientos y las prisiones de un lenguaje único limitado a tocar sólo un área del misterio de la creación pictórica, lo cual es, en última y desesperada instancia, lo que Boldó se preguntaría cuadro tras cuadro en De cuerpo presente, y que no ha cesado de preguntarse desde el inicio de su carrera. Desde la exploración formalista hasta la sensorial y sensual, a la lúdica y la expresiva-explosiva, a la reflexiva y su remedo conceptual, su pintura ha manejado la materia palpable, amasable, conformable, que si apenas sugiere por el color el entorno interno de su proyección, ha logrado intuir el orden o caos que le da cuerpo. En De cuerpo presente se arroja a lo contrario: a aprehender lo fugitivo, el instante en que la pintura deja de ser luz, para preguntar ¿qué es?
  • Texto original, publicado en el catálogo de la exposición "De cuerpo presente”, Museo de Arte Contemporáneo Carrillo Gil, 1995, México, D.F.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com en el apartado de Galerías / De cuerpo presente.

Jordi Boldó, la presencia fugitiva

Luis Carlos Émerich
Novedades, 10 de marzo de 1995

Se podría asegurar que para todo pintor abstraccionista, las presencias inasibles e inexplicables, o las ausencias dominantes hasta la obsesión (llámense memorias, sensaciones o vados absolutos), han constituido el móvil central de su creación, y que si tal móvil jamás ha adquirido figura en la obra misma, se debe a que sus proyecciones o espectros trascienden la mirada e, incluso, la intuición, para situarse en una área nebulosa de la frontera conciencia-inconsciencia del espectador, equivalente a aquella de la que emergió. Es más, aunque lo inexplicable nunca aparezca realmente en la tela de la pintura, es muy probable que de ello propenda la "ejecución" de tantas pinturas, o bien, que su persecución haya sido más enriquecedora que la posibilidad de su hallazgo real. Y aún más, que sin "eso” (sin ese espíritu burlón sin esa falacia tal vez) nunca se vislumbraría la meta verdad: que el artista toma la pintura y su soporte como un espejo imposible, sea para reflejar las presiones o las caricias de los tiempos, sea para mirarse a sí mismo hasta el fondo de su irracionalidad, o bien, para dejar al espejo ser simple o complejamente espejo. Nítido, empañado, marchito, roto o mirado por su envés, el espejo (el vacío de la tela intensificado por el color, la forma y la textura) siempre será espejo y aún así, una improbable metáfora.


Boldó

Todo esto que fue "descubierto" en los albores de este siglo, antes de que Kandinsky lo definiera como abstraccionismo, sigue siendo una forma de provocación del acto creativo. Más que un estilo, la abstracción es la esencia del acto pictórico, y como tendencia que se volvió escuela o academismo que parece clasicismo, está vigente hoy, con toda su fuerza, aun cuando ya no sea de origen.

Sin embargo, reemprenderlo cuando todo ha sido dicho por él y sobre él, es tan peligroso como sobar el filo de una navaja. A pesar de ello, tanto en sus países de origen como en México, subsiste la idea de que jamás se agotará, pues algo tiene de eterno y llegó para quedarse. El abstraccionismo proveyó un lenguaje que va del extremo rigor hasta el lirismo compulsivo, pero entre esos dos puntos quedan muchas tentaciones por expresar a través de sus complejidades y de nuevas circunstancias, sobre todo por su confrontación con otros lenguajes, como son las nuevas figuraciones y los postconceptualismos. Parece que el "viejo” lenguaje abstraccionista aún sopla, o bien, que recuperará el aliento al someterlo a nuevas presiones, especialmente aquellas ejercidas por la ferocidad del entorno social y, mayormente, por las presiones de éste sobre la individualidad, y áun más allá, sobre la intimidad.

Ricardo Mazal. Alfonso Mena. Beatriz Ezbán, Rosario Guajardo, entre algunos otros jóvenes pintores mexicanos, han refrescado los aires de lo que parecía consumado (asfixiado) por sus progenitores: los informalistas italianos, españoles y franceses de los años cuarenta-cincuenta y los expresionistas abstractos de la Escuela de Nueva York, por mencionar algunos. Y aunque por su edad Jordi Boldó (Barcelona, 1949; mexicano desde 1957) no cabría en esa generación, por la demora de su entrada al medio plástico o por su sano alejamiento de éste, su actual exposición titulada De cuerpo presente, en el Museo Carrillo Gil, brilla por su individualismo y su intimidad no sólo porque constituyan el tema de su obra, sino porque para muchos espectadores será una sorpresa. A pesar de contar con un amplio historial profesional (desde 1978) y de haber recibido diversas distinciones, parecería que este conjunto de 13 pinturas es decisivo para fijar drásticamente su propuesta.


Cuerpo presente

Si el título de la exposición recuerda la solemnidad de una misa de muertos, o sea, la activación de la conciencia de la mortalidad, es muy probable que lo opuesto, la celebración de la vida a pesar de las acechanzas, sea su móvil principal. Aunque esto no es autobiográfico, quizá Boldó crea aún en el potencial del abstraccionismo lírico para estimular y desbocar la pasión. Por su revalidación del gestualismo y del flujo aleatorio de significados de objetos encontrados al azar y adheridos como testigos y compinches de la ejecución del cuadro o por anteponer la pasión gestual a la razón de la pintura. Boldó es un asbtraccionista que no desdeña el atisbo de figuras que, por su naturaleza, se suman a la sinrazón de sus sensaciones. Aquí no hay más premeditación que la de darlo todo, sea lo que sea. El suyo es un volcamiento total. En sus obras no hay más intención ordenadora que aquella que el de la saturación total a partir de una señal, que de algún modo aluda a un cuerpo cualquiera, no necesariamente humano. Cualquier cosa que merezca llamarse “cuerpo” por su acción o efecto en lo cotidiano o en la solución compositiva de la pintura misma, “flotará”, "se ocultará", "se cortará", "se estrechará" como las sensaciones que orillaron al pintor a acumular colores corno delimitadores brutales de forma remotamente discriminables antes de evadirse o invadirse o después de penetrarse. Son cosas o señales o remanentes de formas o de espacios más o menos esbozados por el dominio de algún color, que componen o descomponen el espacio, pero le dan un sentido visual, independientemente del significado que se le atribuya.

El "cuerpo presente" de Boldó es el cuerpo unitario de las cosas y los colores que se apresuran a entrar al juego sin reglas del espacio pictórico. Pero también es una posible reflexión sobre la gestación esencial de la pintura como fenómeno histórico, o sea, como una evidencia de las necesidades de expresión irracional que por imposiciones externas ha debido manifestarse mediante metáforas del comportamiento humano para mantener latente su espíritu abstracto, es decir, una forma de pureza que quizás sea la original y, por ello, imposible de imaginar, de transformarse en imagen. El cuerpo presente de Boldó es entonces, el de la conformación visual de lo imposible de "decir" mediante figuraciones metafóricas. Por tanto, es un ahogo que por desesperación genera espacios y colores, por decir algo.

De cuerpo presente

Por Edgardo Ganado Kim

Es admirable que después de tantos años de legitimada la pintura no figurativa en Europa y Norteamérica, en México todavía muchas personas tengan miedo a enfrentarse a ella, y digo miedo por que cada vez que a una de estas personas le refiero mi gusto por esta pintura, me responden que cómo es que me gustan aquellos rayones, colores y manchones que no tienen “ni ton ni son”, y que por lo tanto no se les entiende. Sin duda alguna, ellos buscan encontrar en todas las representaciones artísticas un referente a la realidad y con ello entender lo ahí representado, sin tener en cuenta que lo que están percibiendo son también rayas, colores y
manchones sobre una superficie. La pintura, al menos la trabajada de una manera ortodoxa, ha sido siempre la aplicación de pigmentos sobre una superficie para crear, recrear e inventar imágenes, que es lo que a fin de cuentas debemos de buscar y admirar en una pintura. Por lo tanto la figuración y la no figuración, llamada tradicionalmente esta última abstracta, se legitiman y aceptan como creación plástica por la solución formal y las propuestas novedosas en su elaboración, sobre todo en este siglo.

Jordi Boldó, es un pintor no figurativo, opción que adoptó por convicción y ha cultivado desde hace ya muchos años, siendo, como casi todos los artistas, figurativo en sus inicios. Su trabajo no figurativo a través del tiempo ha cambiado notablemente. En su exposición Silencios, de 1990, Boldó mostró una pintura de amplias superficies, con colores uniformes sujetando visualmente las distintas formas con líneas dibujadas con cierta libertad. El cromatismo no era contrastante, al contrario, la transición entre un color y otro y entre las formas que se sucedían se producía de manera amable y sin violencia. En 1991 presentó en la misma galería Enigmas, en donde los contrastes seguían siendo tenues pero las pinceladas y la aplicación de la materia pictórica era más libre y desprejuiciada y las zonas de color trabajadas con ciertas transparencias y matices que enriquecían las formas estaban influenciadas seguramente por Klee, como anteriormente otros críticos han apuntado. Poco a poco Boldó experimentó con técnicas y soportes, formas y colores. En 1993 presentó su trabajo reciente; en esta exposición se reveló como un colorista sin miedo a los colores puros contrastados y tomó para su pintura una estructura en algunas ocasiones geométrica que mezcla la pincelada gruesa y libre. He querido presentar en algunas líneas la evolución de este artista para comprender de un modo sintético porqué esta exposición, De cuerpo presente es una síntesis y una maduración del largo proceso por el que tuvo que pasar Boldó.

El título de la exposición, De cuerpo presente, pareciera una contradicción cuando observamos las pinturas, en donde no vemos representaciones de cuerpos. De hecho, el título de la muestra y el de las pinturas parece ser una metáfora del autor para, de algún modo, hacer patente su participación en la elaboración de la obra, como evocación lírica y romántica, nunca real y patente.

Las obras que conforman la muestra tienen como común denominador, además de incluir la palabra cuerpo en su título, la búsqueda constante de una libre y armoniosa estructuración de las diversas formas en la superficie del cuadro, mezcladas con la aplicación libre y accidentada de la materia pictórica. Boldó nos enfrenta a una contradicción entre la pintura de fuertes rasgos académicos en la estructuración del cuadro y la desparpajada manera de aplicar los materiales. Todas las obras están saturadas de texturas que enriquecen de una manera notable las manchas y las diferentes capas de color y materia; en algunas; como "Cuerpo oculto", los azules de la parte baja se revelan tenuemente y contrastan con la línea amarilla del centro arriba y los blancos, y digo blancos en plural porque sus tonos y matices los multiplican creando un abanico de maneras de aprehensión de todos los blancos. En cambio, "Cuerpo volando con aceitunas negras" es la búsqueda de texturas dadas a partir de la aplicación de transparencias de color azul al fondo del cuadro y resaltando el rombo azul y negro que se proyecta al primer plano. Por lo tanto, en este cuadro las texturas son fundamentalmente visuales. En contraposición, "Cuerpo cortado" está solucionado como un collage: en gran parte de la superficie está pegada una manta arrugada y manchada con la que el artista seguramente limpiaba sus pinceles. Las partes pintadas, fundamentalmente de amarillo, están hechas a partir de un grueso betún que en algunas secciones de la superficie se hace evidente en su aplicación y texturas. Esta obra, y "Cuerpo pequeño escapando", me recuerdan a la pintura de Rohtko, quizá por la inclusión de cuadrados y grandes espacios trabajados con pocos contrastes de color.

En gran número de pinturas Boldó hace uso de objetos, casi siempre tomados del taller mismo donde trabaja: un guante, una tela usada o un trozo de madera. Estos elementos están incluidos porque al pintor le parecen necesarios en la composición o para complementar el discurso plástico del cuadro, nunca para obviarlo o recargarlo de elementos.

Boldó ha recorrido distintos caminos por la no figuración. Aunque está inscrito en el ámbito de la pintura contemporánea en México, su obra explora en la tradición de la pintura que propuso Kandinsky a través de personalidades tan disímbolas y lejanas como pueden ser Klee, Rohtko o De Kooning. Esta vena es poco compartida por otros artistas del país. En un medio que permite la pluralidad de las posibilidades de la pintura, Boldó ha optado por recrear formas para captar su propio mundo, para enfrentarse a la tela, para inventar arte.
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El prejuicio que se ha cernido en torno a la pintura no figurativa, desde hace ya varias décadas como una opción plástica aceptable y legítima es hoy en día un lastre para su comprensión por gran parte de la mayoría del público, sea o no profano de los fenómenos artísticos. La añeja discusión de que debe representar el arte en sus imágenes es, en nuestros tiempos posmodernos, un fantasma ya olvidado para quienes se dedican a pensar en la invención de obras. El que no se pueda identificar una figura o una imagen en Ia pintura con la realidad cotidiana no cancela su valor como un objeto de arte; simplemente la hace diferente a las representaciones que solemos identificar con el arte y que casi siempre pretenden imitar a la naturaleza, en este caso lo que muchas veces vaIoramos no es su “artisticidad”, sino su grado de mimesis con lo que cotidianamente solemos ver y relacionar con la realidad. La pintura "abstracta" o no figurativa no pretende copiar, ni representar la esencia de los objetos o seres que pretendemos identificar en ellas, muy al contrario, Ios artistas que realizan estas obras están consientes de que su obra se aleja de Ia anécdota y Ia narración, es de una manera explícita, la creación temperamental de formas, colores y texturas en una combinación armónica que pretende recuperar para nuestra contemplación lo que no vemos o percibimos en nuestro mundo de imágenes diarias, es intuición para representar lo anhelado, es a fin de cuentas una recuperación de la capacidad creativa del hombre para demostrar comunicar lo que solo se puede a través de la imaginación, los trazos y la pintura sobre un lienzo en blanco.

En esta línea y con estas inquietudes Jordi Boldó incursiona consu obra en este rublo de la plástica del siglo XX, insertado en una generación que ha recuperado la figura como piedra de toque para su discurso, por otro camino Boldó explora en el color y la mancha las posibilidades de un lirismo pictórico, trabaja en continua búsqueda para una eficaz expresión por medio de su pintura, no le interesa la instalación o el arte objeto, su compromiso es con quienes contemplamos su pintura y dialogamos con ella; la sentimos.

En la exposición De cuerpo presente, Boldó nos muestra una inquietud por representar una idea, no una imagen reconocible en la realidad concreta, el cuerpo como un concepto; como una persuación de lo ausente cotidiano. Sus cuerpos son manchas de color distribuidos por todo el lienzo de una manera libre; grandes superficies de un color con ricos matices, pinceladas anchas, pintura chorreada que el azar ayuda en la distribución sobre el lienzo y algunas superficies ya trabajadas ¿accidentes dirigidos?, No. Intuición, por la sorpresa, por la impronta de la incertidumbre. En pocas ocasiones incorpora a sus obras algunos objetos que le parecen necesarios en la obra, estos objetos casi siempre son desperdicios que recupera del taller en donde trabaja y para éI son como pequeños trozos del proceso creativo, partículas del rescate de su trabajo como artesano.

Las estructuras de los lienzos, —siempre existe en su trabajo un afán por la buena distribución de las imágenes en la tela— se orquestan por medio de figuras, por decirlo de alguna manera, geométricas; triángulos, cuadrados, círculos, rectángulos, etc., y su combinación, de ahí deriva toda una adecuación de la estructura, el color, y la riqueza de textura que utiliza en todas sus obras. En la pintura de Jordi Boldó el primero en reconocerse es él mismo, su objetivo es que le reconozcamos a través de sus proposiciones; es decir, a través de su creación plástica.
  • Texto original, publicado en el catálogo de la exposición "De cuerpo presente”, Museo de Arte Contemporáneo Carrillo Gil, 1995, México, D.F.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com en el apartado de Galerías / De cuerpo presente.
De cuerpo, Presente de Jordi Boldó

Por Gonzalo Vélez
Unomásuno, 24 de marzo de 1995

De la afinidad a la no-figuración en la pintura de Jordi Boldó se desprenden un grupo de tópicos en oposición, con los que, a manera de ejes, es posible delimitar la superficie conceptual en la que transita la manera particular de abstraccionismo de este artista. Las tensiones que sostienen a esta construcción, sin embargo, no son necesariamente dramáticas; de aquí que la pintura mantenga un equilibrio prudente entre el expresionismo abstracto y el abstraccionismo lírico, hablando de manera esquemática.

Ya desde el título de la exposición, De cuerpo presente, puede advertirse una vaga alusión a la figura, al objeto; además, otro guiño, la palabra cuerpo forma parte de los nombres de cada uno de los cuadros. No obstante, lo que el espectador encuentra son superficies contrastadas de color, texturas atrayentes, variaciones de una posición compositiva, pero ningún cuerpo propiamente dicho.

Más que dónde está el cuerpo, habrá que preguntarnos qué se entiende por cuerpo. La reflexión consiguiente nos invita a hacernos bolas con cuestionamientos acerca del cuerpo como objeto de representación, o el cuerpo como figura, o la visión pictórica que toma cuerpo, o la incompatibilidad del lenguaje visual con la palabra. Acaso se intenta subrayar que a través de plasmar una idea en un lienzo, ésta se objetualiza, adquiere cuerpo.

Otro de los ejes lo forma la dualidad entre el esquema compositivo y la participación del azar en el tratamiento de la pintura. A pesar de lo informal, y del aparente geometrismo involuntario de las zonas principales de cada cuadro, se advierte un meditado acomodo espacial de las diversas áreas, cuyos límites contrastantes delimitan cuerpos que quieren escapar de la geometría.

Un planteamiento compositivo que se repite en varios de los cuadros es el de una línea virtual que divide verticalmente al lienzo en dos mitades, ocupando con frecuencia la parte central superior con una zona mayor de color en contraste. Sin embargo, Boldó nunca cae en la simetría; la falta de rigidez de las formas, que nunca son un cuadrado ni un triángulo estrictos, o la sutil aplicación de una pincelada, rompen siempre el equilibrio, creando un movimiento interno continuo en cada obra. A esto se añade también el esmerado tratamiento matérico de los cuadros. Aún en donde el artista permite a lo aleatorio tomar parte, todo está bajo control. Pero hay una preocupación especial por la textura de cada obra (de aquí el empleo de técnicas mixtas). Este tratamiento, logrado luego de años de experimentación, permite por un lado que el material se exprese por sí mismo, con una relativa autonomía del lenguaje; por otro, esconde la energía que obliga al espectador a permanecer frente al cuadro.

En la pintura de Jordi Boldó, pues, se advierte una elaborada asimilación de varios maestros abstractos (Klee, Tapies, Gorka, Rothko), a través de una propuesta particular en la que intervienen lo conceptual, lo matérico, lo geométrico, y la pasión por la pintura.