Seguramente las opiniones y el rechazo de unos cuantos como yo, no evitarán la inercia de que en nuestras calles y plazas sigan proliferando torpes efigies de próceres bronceados y petrificados, a pie o a caballo, absurdas esculturas “modernistas” y “fuentes danzarinas”. Sorprende la indiferencia ante los horrores y atropellos estéticos que se multiplican día a día en los espacios públicos. Nadie protesta cuando se instalan caprichosamente obras que convivirán permanentemente con los ciudadanos. Es evidente la falta de planeación y la insensibilidad artística de quienes mandan a colocar o reubicar nuestros monumentos, fuentes y esculturas, convirtiendo a nuestra ciudad en un caótico batiburrillo y en un espacio de progresiva pérdida de identidad.
Son demasiados los monumentos y esculturas que no armonizan con el entorno arquitectónico, y pocos, los que tienen un indiscutible valor histórico y cultural; lo más recurrente en todos los rincones es el monigote patriótico, paticorto, la figura kitsch, el objeto absurdamente agrandado o el bodrio sin sentido. Ejemplos, dentro y fuera del Centro Histórico, abundan: la estatua ecuestre de Melchor Ocampo, frente a la entrada del parque del Cerro de las Campanas, o la de Ignacio Pérez, en el cruce de Universidad y Corregidora; la populachera figura del danzante conchero, junto a San Francisco; el Santiago Apóstol, que no cabe en la cuchilla de Independencia y Carranza; el bronce de Josefa de Vergara, junto a Teresitas; los “músicos efebos” de los andadores Libertad y Vergara; las dos esculturas para nuevo rico en acero inoxidable de Leonardo Nierman; el “Futbolito”, en 5 de febrero; el “monumento a la familia”, frente a Plaza del Parque; y, el peor —no sólo por razones estéticas, también éticas—, el vulgar monumento a Benito Juárez que corona la ciudad, en la cima del Cerro de las Campanas.
No existe en Querétaro mucha conciencia sobre este importante tema, y por eso, los “artistas” que han disfrutado del favoritismo político, han hecho las cosas tan mal, sin entender la trascendencia de su trabajo y creando autónoma e irreflexivamente gran cantidad de objetos bizarros, carentes de imaginación o propósito. Por eso, sus trabajos se derrumban cada día más, tanto literal, como artística y simbólicamente.
Desde principios del siglo XX, y con los innovadores aires vanguardistas, en muchas ciudades del mundo —algunas incluso sin ostentar el título de patrimonio de la humanidad—, se empezaron a promover encuentros y discusiones de especialistas para avanzar en el difícil tema del espacio público. Desde entonces, la lógica y la percepción del monumento y la estatuaria, junto a otros elementos urbanos, se han venido modificando sustancialmente, siendo estas expresiones cada vez más rechazadas y tendiéndose a una arquitectura esencial, más ordenada y funcional. Así, se han revisado a profundidad otros aspectos relacionados, como el mobiliario y los adornos; bancos, marquesinas, balaustradas, escaleras, miradores, plazas, señalamientos, iluminación, áreas verdes, etcétera. Habría pues, que ponerse a trabajar, y empezar —dado su significado— por el Centro Histórico, que ha sido irracionalmente usurpado por automóviles, oficinas públicas y comercios.
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