4 de junio de 2008

Vanidad, ilusión y resistencia



Pintar es un acto de vanidad, pero también de resistencia, como el vivir. No hay duda de que para pintar —y sobrevivir— el ego y la tenacidad son dos cosas tan necesarias como el talento. Sin embargo, sólo se pinta motivado, cuando se tiene ilusión, que es el motor y el escudo interior que nos impulsa y protege de desengaños. Ser pintor es picar piedra, ser constante, pero también es atreverse a exponer lo que pintamos, aunque dudemos del valor de lo que hacemos. El artista muestra su trabajo por vanidad y por ambición. Para crear hay que ser ambicioso, y toda ambición necesita disciplina. El vanidoso siempre se esfuerza por mejorar. Visto así, peor que ser vanidoso sería no serlo. Un poco de vanidad disimulada siempre viene bien para vivir.

Casi todos los pintores que conozco son presuntuosos y se odian entre ellos. Sin embargo, muchas veces se juntan para medirse u obtener algún beneficio. Se reúnen porque necesitan sacar a pasear sus egos, pues no tendría ningún sentido dejarlos guardados en casa. A ningún pintor recuerdo por su modestia, a pocos por su sentido del humor, y menos, aun, por la brillantez de su pensamiento. Esto, quizá, como consecuencia del trabajo físico y la soledad en que lo desempeñan. Como otros artistas —los pintores—, piensan que sus creaciones son lo mejor de ellos mismos, y por eso sufren tanto con el rechazo de su obra.

En fin —y para terminar—, creo que en general no me agradan los pintores; personalmente, prefiero tratar con escritores y otros desconocidos.

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