De joven suponía que el
conocimiento nos acerca a la libertad; creía en la revolución, en el comunismo, en
el socialismo autoritario y demás ideales románticos. Con el tiempo, esas convicciones
se diluyeron y hoy todo lo que me rodea
me resulta desesperanzador, me provoca desconfianza. Hace unos días, lei en la
calle un anuncio que decía: “se corrigen poemas visuales”. Quizá vi mal, y lo
que en verdad decía, es problemas, no
poemas; eso suena más lógico. Ayer
—también mientras caminaba— en lugar de leer: “después del quinto desayuno, el
sexto es gratis”, leí, el sexo es
gratis. Deberé de poner más atención, y además, hacerme revisar la vista, o,
definititivamente, no volver a salir a la calle. Pienso que este tipo de cosas
me suceden, no sólo por mi natural deterioro, sino porque los pintores somos
algo perezosos y pasamos demasiado tiempo sin hacer nada, rumiando
tonterías.