
Nadie se puede sentir orgulloso de una lengua contaminada, asfixiada por los medios de comunicación y moldeada por una cultura indolente y subordinada.
El amor a la palabra empieza en la familia y en la escuela. Sólo a partir de ahí es posible dar la batalla a la ignorancia, a las expresiones pobres y a los lenguajes alterados que adoptamos con tanta ligereza.
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