Somos lo que hablamos. Cuidar el lenguaje debe ser una de nuestras prioridades. La palabra acerca, educa, nos permite entender y sentir. Ayuda a pensar y a construir. Nos hace mejores. Pero también tiene el poder de confundir, ocultar, descomponer y destruir. La palabra explica la realidad de muchas formas, y nos puede aproximar o alejar de la libertad.
Nadie se puede sentir orgulloso de una lengua contaminada, asfixiada por los medios de comunicación y moldeada por una cultura indolente y subordinada.
El amor a la palabra empieza en la familia y en la escuela. Sólo a partir de ahí es posible dar la batalla a la ignorancia, a las expresiones pobres y a los lenguajes alterados que adoptamos con tanta ligereza.
10 de diciembre de 2008
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