Por Mireya Folch
El Sol, noviembre 1979
Jordi Boldó, su autor, cómplice y creador, juega y pinta. Para ello se apoya en una línea dulce y lírica que delimita los contornos de sus personajes-juguetes para que puedan destacar sobre las texturas del fondo.
Ese es uno de los “peros” a su obra: el manejo de texturas que lo mismo sirven para un fin que para otro. La mecanización de los fondos que son trabajados casi de manera independiente al resultado final del cuadro, al tema que deberán servir.
En cuanto a los temas, Boldó incluye siempre el espíritu lúdico en sus interpretaciones plásticas de las formas, los colores, las líneas; el peligro inherente es caer simple y llanamente en la ilustración. Casi cuentos, o pretextos para inventarlos, los cuadros, sin embargo, se asemejan demasiado unos a otros. Pareciera que el autor los produce en serie.
Pero Boldó, con una historia como diseñador gráfico y como técnico de artes gráficas desde 1970, alterna esta actividad con la pintura y lógicamente no desdeña la experiencia del diseño, para agotarla, en su actividad puramente artística.
Sin embargo, y a pesar de apoyarse tal vez demasiado en su dominio de la técnica, los cuadros no carecen de frescura, de aliento jóven y vital, de una “inocencia” menos premeditada que la de los llamados naif.
La obra de Jordi Boldó esplende con buen humor, mucho sentido de la composición perfectamente analizada y una gama de color, que aunque repetitiva, denota buen gusto esencialmente.
El Sol, noviembre 1979
En su arte predomina la fábula: el hecho transformado en una historia de color y de infancia, no exento de moraleja. Los personajes son aviones, trenes, grúas, máquinas. Perfectamente antropomorfos, juegan a estar vivos y así, el avión asoma su cara burlona y asombrada desde el hangar, esperando tal vez, la hora del vuelo. La pala mecánica dulcifica su rígida línea y transgrede el límite, la frontera entre lo vivo y lo inanimado… Y así todos los demás personajes de estos cuadros.
Jordi Boldó, su autor, cómplice y creador, juega y pinta. Para ello se apoya en una línea dulce y lírica que delimita los contornos de sus personajes-juguetes para que puedan destacar sobre las texturas del fondo.
Ese es uno de los “peros” a su obra: el manejo de texturas que lo mismo sirven para un fin que para otro. La mecanización de los fondos que son trabajados casi de manera independiente al resultado final del cuadro, al tema que deberán servir.
En cuanto a los temas, Boldó incluye siempre el espíritu lúdico en sus interpretaciones plásticas de las formas, los colores, las líneas; el peligro inherente es caer simple y llanamente en la ilustración. Casi cuentos, o pretextos para inventarlos, los cuadros, sin embargo, se asemejan demasiado unos a otros. Pareciera que el autor los produce en serie.
Pero Boldó, con una historia como diseñador gráfico y como técnico de artes gráficas desde 1970, alterna esta actividad con la pintura y lógicamente no desdeña la experiencia del diseño, para agotarla, en su actividad puramente artística.
Sin embargo, y a pesar de apoyarse tal vez demasiado en su dominio de la técnica, los cuadros no carecen de frescura, de aliento jóven y vital, de una “inocencia” menos premeditada que la de los llamados naif.
La obra de Jordi Boldó esplende con buen humor, mucho sentido de la composición perfectamente analizada y una gama de color, que aunque repetitiva, denota buen gusto esencialmente.
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