15 de abril de 2008

La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas



"Llegar a la 'pureza' de la mirada no es dificil, es imposible"
Walter Benjamin

"Poéticamente habita el hombre la tierra"
Höelderlin



¿Qué es crear? ¿Cuál es el origen y la naturaleza del acto creativo? ¿Es la creación un chispazo, un misterio, o simple casualidad? ¿A qué se debe que el creador se apasione con su trabajo? ¿Cómo se crea? ¿En qué estriba su dificultad? ¿Es posible a través del color, el dibujo y la materia objetivar una idea y trasmitir un sentimiento? Éstas son algunas preguntas implícitas en mi serie de pinturas titulada La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas. Su producción me permitió reflexionar en torno al acto creativo, cuestión que me intriga mucho, no tanto como actividad generadora de objetos, habilidad factual o producto intelectualista, sino como fuerza por la que el hombre y especialmente el artista apuestan todo, hasta la propia vida.

La creación artística es un universo de múltiples lenguajes y expresiones que conforman diversas regiones, zonas de intensidades, transfiguraciones, desplazamientos y dislocaciones. El arte es un territorio de intersecciones, encuentros y diálogos; campo potencial al interior del cual se producen diversos fenómenos de individualización, y en donde se emigra de una región a otra franqueando umbrales y escenarios en los que no existe una palabra final.

Desde siempre, mi pintura ha intentado romper con la causalidad unilateral, la interpretación restringida o unívoca y, sobre todo, con la reproducción de la realidad. Bajo estos mismos principios, en La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas la linealidad del tiempo y la idea de “progreso” son suplantados por la abstracción, lenguaje donde lo creado es sometido a distintos tratamientos formales, diferentes ritmos y contextos, que generan múltiples finales y puntos de partida. Aunque mi trabajo incorpora, como es lógico, parte de mi historia, no se reduce a ella. Por lo tanto, no podría afirmar que tenga un carácter autoreferente; más bien que es un “mundo” donde las historias —propias y ajenas— se conectan, desconectan y traslapan, en contextos que se abren a la posibilidad de encontrar su sentido desde más de una perspectiva.

Muchas veces los creadores omitimos reflexionar sobre el origen de nuestra obra, y por lo tanto no comprendemos nuestra actividad. Ocuparme de este asunto me pareció importante, sobre todo porque se convirtió en un poderoso estímulo para seguir pintando. Sin embargo, como siempre, continúo subordinando la teoría a la práctica y me interesa mucho más pintar que teorizar sobre pintura, labor que en mí, reconozco, se antoja artificial y hasta absurda.


La realidad

Entiendo la realidad como el modo de ser de las cosas que existen fuera de nosotros, como algo que nos determina inexorablemente. Conocerla nos hace libres y capaces de explorar nuevas rutas, sin embargo no es tarea facil, pues, frecuentemente, se nos presenta envuelta por engañosos velos. De esta forma, el hombre ha recurrido a recrear la realidad en el campo de la ficción, a examinarla mediante irrealidades. Me pregunto si será la fantasía el camino más adecuado para descifrar el mundo objetivo. La realidad nunca está decidida del todo y siempre demanda mayores explicaciones; para Aristóteles un objeto no sólo es real por su naturaleza verdadera y permanente, sino, y fundamentalmente, por sus propiedades accidentales y cambiantes. La realidad no ha de pensarse en términos definitivos sino que debe ser percibida con flexibilidad, postergando cualquier conclusión final.

El hombre soporta muy poco su monótona condición y se empeña en modificarla; nunca nos complace la realidad ni sus explicaciones, una magnánima insatisfacción, nos empuja invariablemente a reinterpretar y transformar nuestro medio. Siempre es posible abstraer cualquier referencia al mundo real desde una perspectiva critica y diferente. Así encontramos alternativas, nuevas formas de entender el mundo. Crear es inventar variantes, saltar a lo desconocido, ver lo que nadie ha visto. En el espectro de opciones que habitan en el artista se genera una infinita vertiente de realidades y se abre la posibilidad de desplazarse en la historia y sus contextos abriendo otros espacios, otros ritmos, otros lenguajes. Esto no significa que la experiencia particular no pueda compartirse, sino que la realidad puede ser traducida de varias maneras. Nos desplazamos por un pozo en el que, al igual que Alicia, no atinamos a comprender si es muy profundo o si caemos tan lentamente que tenemos tiempo para recrear nuestro entorno. De esta manera, la tarea del artista consiste en introducirse en un espacio original, en encontrar una voz.


La imaginación


El pensamiento lógico es indispensable para el artista, pero, además, ha de recurrir a la fantasía, al mito, al sueño, a la metáfora, a la analogía. La imaginación nos lleva a zonas desconocidas; es el elemento trascendente, poético y visionario más comprometido con la creación. Imaginar es producir imágenes en el pensamiento. Según San Agustín, estas imágenes “son originadas por cosas corpóreas y sensaciones que se pueden recordar, distinguir, multiplicar, reducir, extender, ordenar, trastornar o recomponer del modo que nos plazca”. Imaginar es suponer realidades, pensar las cosas que podrían ser y no son; es hacer extraordinario lo ordinario, construir puentes entre lo real y lo posible.

Pero la imaginación no es totalmente libre e inocente y depende de la voluntad, más que del “talento natural”. En la búsqueda de un esquema original, los artistas conjugan emoción e imaginación con el rigor del pensamiento y la dedicación. Para crear se necesitan conocimientos profundos y hábitos rigurosos, pero también paciencia y tenacidad. Goethe afirmaba que la primera muestra de talento es la voluntad, y que la valentía, la decisión y el ánimo forman parte de la inventiva humana. Inteligencia es saber pensar, pero además, tener valor para hacer algo. No podemos separar la creación del empeño. Decía Stendhal que el arte y el amor no son pasatiempo para cabezas o corazones huecos, sino las dos experiencias vitales que mayor concentración y dedicación demandan.

Un creador delimita, privilegia, olvida, exorciza y dispone, pero sus nociones siempre se desplazan en terrenos movedizos, de incertidumbre. Como Edgar Morin, pienso que cuando se intenta dar sentido al acto creativo, nunca podemos estar seguros de lo que afirmamos y que cualquier interpretación lineal o progresiva se vuelve invariablemente confusa. Entiendo la imaginación como un desorden, a veces liberador, otras desconcertante, que traduce la realidad en posibilidad.


La creación

Concibo la creación artística como un proceso intuitivo y reflexivo donde las cosas son consecutivas y evolutivas de acuerdo a un sistema que se autogenera y establece sus propias leyes. En mi caso, pintar no es algo preconcebido; es, ante todo, un ejercicio espontáneo donde el análisis y la deliberación se dan durante y, sobre todo, después de la objetivación. Muchas veces —aunque a muchos les moleste que lo diga— primero hago y después busco la justificación racional. Me interesa más el proceso que el resultado. Es mi manera de trabajar, pero sé que hay otras formas de hacerlo. Cuando pinto, lo hago concentrado y con tensión. La tarea conlleva riesgo, me oprime y libera a la vez, es incertidumbre y azar. Comienzo impulsado por la necesidad de hacer algo, de convertir una cosa en otra; tengo una vaga idea, un trazo o una forma, un color o un tema. Parto de una imagen borrosa en la mente, en el esbozo o en la misma obra, pero nunca la idea es clara ni definitiva. Además, mi mirada debe de someterse invariablemente a la habilidad de la mano, por lo que casi siempre los hallazgos se dan sobre la marcha, lenta, espontánea e instintivamente, en forma de esfuerzo y de rito. Casi nunca puedo prever cual será el resultado y avanzo “a ciegas”. Durante el proceso dudo y me detengo, retrocedo, vuelvo a avanzar, me arrepiento, me pierdo y, al fin —sin saber cómo— logro un trabajo diferente al pronosticado. Mientras pinto, reflexiono, acumulo experiencia y trato de no apresurarme. Quien haya pintado sabe lo difícil que es, pero también que lo que no se logra trabajando atenta y arduamente se consigue cuando la atención flota a la deriva. No conozco un camino claro que norme mi producción, pero creo que existe un “instinto” o “intuición” que regula el complicado juego de propósitos, vaguedades, certezas, preferencias y cálculos que intervienen en el acto de pintar. Si bien es cierto que el fenómeno creativo encierra un importante contenido intelectual, también lo es que sus soluciones no surgen precisamente cavilando, sino cuando nos desligamos de ataduras y prejuicios. Crear es una experiencia lúdica y misteriosa, donde las cosas se establecen por vínculos ajenos a la lógica. Por eso no es una actividad fácilmente gobernable y casi siempre se manifiesta de manera libre y sorpresiva. Libertad y sorpresa que le otorgan su capacidad poética y humanizadora.

La verdadera emoción no se puede fingir, ni manifestarse con falsedad; de ahí que el arte sea auténtica emoción objetivada. Crear es creer, acto de fe que trasciende a la razón. El arte proviene de una poderosa inquietud que revela la subjetividad del artista, cuya emoción, diferente a la habitual, es capaz de conectarlo con su propio origen. Así, el arte se convierte en actividad sacralizada, en forma ritual de comunicación plena de magia y valor simbólico, ajena a la racionalidad de la vida práctica y, por tanto, fuera del ámbito de la utilidad. La destreza del creador es un enigma. Sin embargo —y a pesar de la soberbia de los propios artistas— esta capacidad no les es exclusiva, ya que, como señalo J. Beuys, cualquier hombre moldea o transforma su realidad, siendo la suma de todas las creatividades el capital de la humanidad.

Cuando el hombre crea satisface la necesidad de indagar sobre sí mismo; al crear nos conocemos, exploramos nuestro espíritu. Crear es conocer, saber, lo que significa adquirir poder mágico, develar misterios. Toda creación es aprendizaje sagrado, sabiduría materializada en ideas y objetos, producidos por la combinación de una especial habilidad y ciertos utensilios, comunmente simples y pequeños, como un pincel, un lápiz o una flauta. Pero crear implica una rutina lenta y compleja en la que intervienen intrincados procesos mentales, como percibir, aprender, discriminar, abstraer, analizar, sintetizar, corregir, asociar, comparar, conceptualizar o memorizar. Borges decía que “la actividad creativa está siempre suspendida entre la memoria y el olvido”. Una obra de arte, además, es fruto de un complicado sistema de preferencias; al crear siempre elegimos. Y es precisamente la elección uno de los aspectos más delicados del acto creativo, que si bien se rige por reglas libres, nunca son arbitrarias. Para Perkins, crear es el proceso de seleccionar gradualmente entre una infinidad de posibilidades, y, según Valéry, “las tres cuartas partes de un trabajo bien hecho consisten en rechazar”. Como vemos, el asunto es complejo y malabárico, pero ésto no quiere decir que el arte sea un asunto incoherente o aleatorio, pues, sin duda, tiene una lógica muy precisa. Crear va ligado a buscar, y en la búsqueda echamos mano de todos los recursos: recordar, mezclar, inferir, relacionar, disparatar o copiar. Todo es válido para superar las barreras que nos separan de la meta. Crear es buscar soluciones, consciente o inconscientemente, inmersos en una combinatoria infinita. Aquí, podríamos decir que el acto creativo fusiona lo anímico y lo reflexivo y que todo arte es una forma de conocimiento, donde percibir, pensar, sentir y hacer constituyen una sola actividad de gran concentración.

No quiero restarle importancia a las interpretaciónes psicológicas del arte, pero siempre me ha parecido excesivo explicar la creatividad como resultado primordial de las funciones psíquicas, aunque es evidente que todo arte refleja nuestra personalidad y obsesiones. Pienso que lo creativo no nace tanto del inconsciente freudiano (instintos, complejos, deseos inhibidos o recuerdos traumáticos) como de la inteligencia, de la percepción intuitiva y de la subjetividad del artista. Jacques Maritain dice que esta inteligencia, se moldea en los primeros años con el juego infantil y “es parte del alma y de la estructura intelectual de cada individuo”. Así, el origen de la creatividad se halla en el espíritu del niño, del salvaje. Por eso creo que para crear hay que saber aniñarse el alma.


La serie

Al igual que en series anteriores (Traslaciones, Diálogos y Lo contrario de las cosas), en La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas, parto de mi propia experiencia, de mi particular e íntima realidad. Con el afán de subvertir mi lenguaje pictórico, reubico bajo otros criterios y en un contexto diferente al que surgieron, las constantes formales y variables temáticas de mi trabajo previo. Ese ha sido, a grandes rasgos, mi sistema de pintar desde hace algunos años: reconsiderar lo hecho en pasadas series para hacerlas converger en una nueva y seguir explorando diferentes formas de libertad expresiva, preocupación que ha estado latente en toda mi trayectoria, ya que siempre he asumido el acto de pintar como ejercicio de libertad más que como actividad tradicional vinculada a la belleza.

Esta obra surge de la relectura del libro Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y de una personal exaltación vivida durante los días en que lo pinté. El libro de Carroll es una obra extraordinaria que desborda esa magia y fantasía, ajenas siempre a la realidad. Carroll inventa situaciones, palabras, claves, códigos y acertijos en la frontera lúdica donde convergen razón y sinrazón. Basta recordar la insólita carrera de conjurados en la que se empieza cuando se quiere y se termina a voluntad. Las aventuras de Alicia, su desenfadado lenguaje y la alucinada imaginación de su autor, inspiraron estos cuadros que son, sobre todo, y sin mayor pretensión, un libre y despreocupado pasatiempo. La elocuencia de la novela me condujo a una reflexión más profunda sobre el tema de la creación, así como a comprender un poco más el papel del artista. Trabajando en esta serie corroboré que toda obra es metáfora y que toda metáfora es susceptible de una nueva traducción.

Si bien es cierto que últimamente he tenido algunos acercamientos a la figura y al concepto, creo que en esencia sigo sin traicionar (y no es que me importe demasiado) mi vocación por abstraer. Lo que intento es romper con mis propios prejuicios y dogmatismos pictóricos. Procuro, por eso, pintar con ironía, sin tomarme demasiado en serio y desentendido de las etiquetas estéticas. Esta serie es sugerencia de nuevas rutas, desahogo y sorpresa. Vuelvo a echar mano del recurso expresivo de construír polípticos, pensados a manera de rompecabezas trasmutables, en los que cada pieza se convierte en la intersección virtual de nuevas posibilidades, de nuevas realidades. Así, el cuadro “La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas” que da nombre a la serie, y que consta de cuatrocientas veinte piezas, constituye un extenso ejercicio de exploración creativa que puede observarse como un todo, o bien, desde cada una de sus partes. Cada fragmento es, precisamente, la garantía de seguir adelante, un seguir adelante que involucra otras dimensiones y ambigüedades del seguir viviendo. Por otra parte, en esta serie, me propuse dejar solo al espectador con la obra, para preguntarle más que para explicarle.

Finalmente, con este trabajo revalido, sin proponermelo, la necesidad de explorar nuevos caminos cuantas veces sea necesario, cada vez que una conclusión aparezca como nueva realidad, como punto de partida, o cuando surja una imagen que indique un desvío hacia la representación, hacia otra abstracción, a la virtualidad, o cuando se dé la sensación de profundidad espacial que pueda significar paisaje, ilusión de objetos físicos o su simbolización.

Hasta aquí mi reflexión sobre el asunto de la creación y mi nueva serie. Pienso que nada puede decirse de modo concluyente y quizá sería mejor renunciar de una vez por todas a racionalizar la pintura, ya que en ella los argumentos sobran y lo importante es mirarla, porque, como dijo Octavio Paz, “la pintura no entra por la cabeza, sino por los ojos”.
  • Texto original publicado en el catálogo de exposición "La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas”, CONACULTA-FONCA, septiembre de 2002, México.
  • Ver imágenes en jordiboldo.com en el apartado Galerías / La realidad de las cosas.

Lo irreparable es el hastío
Por Román Luján

"El hombre no puede soportar demasiada realidad"
T.S. Eliot

El verso de Gonzalo Rojas que sirve de título a este texto, coincide felizmente con el vitalismo que discurre en la pintura de Jordi Boldó, quien desde el inicio de su trayectoria ha tenido la consigna de producir sin interrupción series pictóricas que dialoguen entre sí, atesorando al vuelo cada descubrimiento para depurar sus recursos expresivos y volver tangibles sus preguntas, a través de la curiosidad lúdica y la reflexión a posteriori del acto creativo. En tal sentido, dicha tenacidad productiva refleja que la inmovilidad, la ausencia de cuestionamientos estéticos represente el hastío, la frontera opuesta a su impulso marcado por el lirismo y la autoexploración desprejuiciada.

Esta persistencia en renovarse se manifiesta con ambición y contundencia en su reciente serie, La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas, conjunto vastísimo que revela una intensa reflexión sobre el paso del tiempo por los objetos, las emociones que estos evocan y, sobre todo, la coexistencia de múltiples ángulos de percepción, la suma imposible de ideas y sensaciones que lo creado genera.

La obra de Boldó surge de una progresiva transformación de lo inmóvil en dinámico, así en el tiempo como en el espacio. Alteridad de la materia sobre la superficie del cuadro. Parálisis del grito. En cada una de sus composiciones un segmento del mundo queda fijo un instante —colibrí suspendido en el descanso de sus alas— para emigrar sin anuncio hacia otro escenario relativo, que por obra de apenas un guiño, se proyecta renovado hacia otro ámbito. Alternancia de velocidades y pausas, flujo de huracanes sobre el tablero de los años. Isla mental donde es posible el juego de la memoria y el desafío de la premonición.

A través de la arritmia y cadencia de la línea, del esgrafiado irregular pero decisivo, del cromatismo dramático unas veces, sosegado otras, de la impredecible distribución de objetos de bulto; en otras palabras, a través de la sorpresa que la libertad creativa provoca en sus espectadores, se evidencia que la realidad es el crisol que las miradas atraviesan, que las sensaciones se empalman y superponen como serpientes en un pozo, que la alquimia del arte sucede al fusionar el agua con la tierra, el fuego con el aire, el ojo con sus flechas. El espíritu trabaja en dar a las cosas su atmósfera inconclusa, móvil; mientras el tiempo, ajeno a las tentativas del hombre, reorganiza la materia, da sustancia perdurable a lo creado.

Con frecuencia, en presencia de una obra abstracta nos preguntamos a qué se parece, cómo se vincula con nuestras referencias conocidas o cognoscibles; buscamos la figuración, el rasgo que le imprima nitidez a nuestro asombro. Pocas veces admitimos que lo creado existe por sí mismo, se justifica intrínsecamente, que no se parece más que a la partícula de realidad que alude, si hay alguna, y en este sentido, más que limitaciones, lo creado muestra la esencia de las cosas, sus rasgos más escarpados o sutiles. Boldó cuestiona el dilema entre figuración y abstracción. Sin abandonar el flujo del abstraccionismo, se apropia hábilmente de ciertos rasgos figurativos cuando le es necesario. Esta apertura modela con fluidez la obra, evidenciando la depuración de su lenguaje. De esta manera, la presente serie resulta la más desprejuiciada del artista, la más arriesgada en la fusión de rasgos informales con elementos propios de la figuración, la más rica en impulsos divergentes, la más libre.

El uso de la serie como recurso de acumulación expresiva permite al artista fragmentarse en tantas piezas como emociones simultáneas o consecutivas lo habiten; focalizar paisajes interiores a medida que surjan de su mano, expandir o contraer la conciencia en un punto, retornar hacia la infancia del asombro, proyectar la mirada hacia lo venidero; en suma, desdoblarse en un mundo sitiado entre lo posible y lo fantástico. Ante ello, el espectador ha de confeccionarse ojos de mosca para explorar las significaciones que revela cada fragmento, hasta recrear la serie en su conjunto. Los signos que amparan este discurso se renuevan constantemente, reinterpretan lo inmutable para ofrecernos un prisma de alternativas, donde cada variación es concebida por su antecesora y poliniza a su descendiente. Invocación a la genealogía de las pasiones, juego de espejos en que la energía creadora se distiende hasta la frontera de su significación, sin agotarse. Ámbito donde lo microscópico y lo panorámico irrumpen en la ebullición de la materia.

Al igual que el personaje de Carroll, que adapta su lógica humana a las condiciones del país maravilloso, ya que de ello depende su entendimiento y supervivencia, el espectador de esta serie deberá permitir que su percepción se reconstituya sin tregua, a fin de percibir que la realidad no es cierta, falsa o pura, sino híbrida, heterogénea. Con similar conciencia de un relativismo que es apología de la diversidad, Wallace Stevens escribió los siguientes versos: ”Esto es verdad en el norte, puede ser mentira en el sur “.

El artista expone la realidad desvelando las capas sucesivas de la materia, hasta llegar a la epidermis original, a su conformación más antigua, donde los conceptos flotan libremente. Parábola de lo tangible o inanimado que adquiere por el trazo su cualidad mudable, su propensión a crecer o disminuir. Así como al raspar un muro reconocemos las manos de pintura que en él se sucedieron, o al observar el corte transversal de un tronco estimamos la edad del árbol por su número de anillos, así también, mediante rugosidades o tersuras, escurrimientos o palabras inequívocas, y sobre todo, mediante pintura en capas superpuestas o ”puras“, libres de fusión cromática, reconocemos en este repertorio pictórico el flujo del presente —su hoguera o calcinación— en las cosas que hemos visto o imaginamos.

Después de tales aproximaciones, me aventuro a lanzar una interpretación sobre la estructura conceptual de la serie. Aunque la pintura de Boldó no se caracteriza por el seguimiento de tópicos, por ensayar temáticas determinadas, con frecuencia propone conceptos dentro de una atmósfera emotiva, pasional. El artista no intenta que prevalezcan sus teorías sobre fenómeno alguno, ni establecer argumentos morales o ideológicos que deban compartirse, sino exponer nuevas realidades en su naturaleza inexplicable, apenas delineada. Es así que sus últimas series se eslabonan, remitiéndonos a un corpus identificable en su conjunto pero diverso en sus partes. Así, en Diálogos se trasluce la indagación retórica, la fertilidad de acepciones ante una misma interrogante, las interrelaciones entre las ideas que llevan de la duda a la certeza o al enigma; de ahí que el artista haya elegido principalmente el tríptico para simbolizar dicho sistema de vínculos, el tránsito de las partículas del pensamiento como forma de tolerancia ante lo múltiple. En Lo contrario de las cosas se muestra el contraste entre los opuestos, y por ello, el pintor se vale del díptico. Finalmente, en La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas, Jordi expande su discurso hacia la multiplicidad de las percepciones. Esta visión plural convierte a la serie en un inmenso cuaderno de apuntes, en un mapa de ensayos sobre la experiencia adquirida a lo largo de toda su trayectoria.

Rasgo destacable es la extensión de la serie (sólo uno de sus tres polípticos llega a cuatrocientas veinte piezas) que la convierte en un diario descomunal de aciertos y fatigas, una bitácora de sismos sobre la variedad de matices del rompecabezas de la memoria. Este casi inabarcable espectro de posibilidades, alude metafóricamente a un extenso álbum fotográfico donde las imágenes se complementan o desarticulan, donde aparecen, incluso, las tomas veladas. Boldó genera símbolos, referentes articulables que se eslabonan poéticamente en un ámbito de plafones ágiles, por citar a Vallejo. Deja algunos elementos reconocibles y oculta otros en la marea o neblina del segundo en explosión.

La serie es, además, un ámbito donde se reúnen contradicciones, desencuentros, hallazgos, a través de la materia, del gesto, de la disposición espacial. Las capas, las retículas que abrazan los objetos, se superponen y entrelazan, haciendo de cada pieza un ámbito de piel que no oculta sus heridas. Discurso sobre la regeneración y decadencia, la voluntad cíclica de la materia, ya sea por obra de la naturaleza o por la mano del hombre. Muestra de lo imperfecto, de lo perpetuamente en construcción, del organismo en dispersión centrífuga que desearía corregirse, modelarse sin pausa ni equilibrio, pero que al final debe legar un testimonio, pronunciarse.

La extensión de este conjunto testimonia, asimismo, que el artista no rehuye los altercados, las variaciones, los malentendidos de su propio proceso; por el contrario, al pintar descubre las huellas de su impulso. En este sentido, en su obra no hay cabida para el arrepentimiento y la autocensura. La acumulación de manchas y despostilladuras en un muro, el polvo que se funde con resina en la corteza de los árboles, el código que ofrece una piedra recién levantada en el camino, el pedazo de acero encontrado en la calle, son imágenes que anidan en la memoria visual del artista, para quien la fuente elemental de la creación es el propio mundo observado por él y sus congéneres, trasladable a brillos y opacidades, a epifanías. La realidad de las cosas se revela como una disección, un desmembramiento frontal y sugestivo de la materia a través del gesto, una diatriba contra lo nuevo, contra la pureza. Si la plenitud de los encuentros reside en un mundo sin grietas, sin manchas, sin accidentes, Boldó renuncia a semejante plenitud inanimada, estéril; pero si la sustancia de las cosas dormita en sus aristas menos evidentes, en sus señas particulares, en sus equivocaciones, entonces reclama para sí un lugar en la traducción del mundo, a través del suyo propio, que se trasluce a la percepción de sus espectadores posibles.

Otro aspecto destacable de la serie es que la trasfusión de imágenes e ideas que el artista propone, siempre ocurre dentro del cuadro, sin conjeturas o explicaciones externas. Las particularidades de cada segmento surgen espontáneamente en la tensión de la superficie pictórica, configurando parte a parte la argamasa de la materia; de ahí que para explorar diversos planos de la realidad, el pintor deba generar varios fragmentos simultáneos, como forma privilegiada de discernimiento. Con los años, Jordi ha venido reconociéndose en la depuración de su técnica, sin limitarse a explorar nuevos tópicos, razón por la que pinta sin necesitar un estado anímico determinado, sin privilegiar una sensación o una experiencia sobre otra. No hay culpas ni retrocesos. La serie remite a la contemplación de la realidad con sus aciertos e imperfecciones, con su gracia y su vileza.

Ásperos horizontes, muros de fresca antigüedad, ovales esgrafiados como lazos, fragmentos de lámina herrumbrada, evocaciones infantiles, ceniza disolviéndose en la cera, ventanas en el piso, silencios geométricos, membranas luminosas, puertas que se abren de un soplido, diagramas cerebrales, una frase que incendia en sus vaivenes los segmentos: es mejor. Colisión de elementos o raíces genealógicas del mundo vistos por córneas de dragones. Remansos, pequeñas fortalezas que se erigen para detener un segundo al tiempo en estampida. La imagen que atesora un parpadeo, renace en otro, se derrumba; transita por los ecos, las caricias, va reuniendo a su paso árboles, atardeceres, párrafos leídos y soñados, rostros que arriban o se alejan. La abstracción precisa de asideros. No obstante, lejos de endurecerse las señales que flotan libremente, prevalece su continuidad, su cutis de arena movediza. Los acontecimientos de La realidad de las cosas se relacionan por la devastación y el renacimiento cíclicos (un gato se desdibuja en mitad de la sonrisa), en un sistema cuyas razones son incognoscibles para el observador y, más aún, para el creador, demiurgo que acostumbra sus ojos a la duda.

El hastío, lo irreparable. Vuelvo al verso de Rojas, al quehacer genésico y espontáneo del artista, lugar del que tal vez no haya partido, como si no pudiera afirmarse sino que la obra se antepone a los intentos de apresarla en circunloquios. ”Ahora me ves, ahora no me ves“, de nuevo el gato riente. Acaso no es posible rasguñar del aire algún silencio, guarida de lo múltiple, de lo inacabado que es el hombre. Mientras exista confianza en los designios de la materia y el anhelo de atemperar sus límites dentro del espacio pictórico, Jordi Boldó seguirá expandiendo el ramaje discursivo de su oficio, reconstruyendo el andamiaje de preceptos en que nos apoyamos para nombrar el mundo.
  • Texto original publicado en el catálogo de exposición "La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas”, CONACULTA-FONCA, septiembre de 2002, México.
La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas, o de cómo la desesperada Alicia dijo: “no son más que un mazo de cartas”
Por Citlali Ferrer

"El arte es la pasión de la totalidad
Rilke"

Hace unos días estuve en Zacatecas, fue un viaje relámpago en el que mis sentidos se abrieron al ver las cactáceas custodiando el camino. Viajar es delirio absoluto, siempre se vuelve a casa diferente. Pero, sin duda, la experiencia más fuerte en la ciudad de cantera rosa fue, sin duda, el contacto con la obra de Jordi Boldó, quien tiene una exposición en el Museo de Arte abstracto de Felguérez. Cabe mencionar que es un espléndido recinto de primer nivel con una vasta obra de diversos artistas plásticos. Salón blanco con enorme políptico, técnica mixta, sobre tela y madera. Saben ustedes, ¿cuál es el país de las maravillas? Es el país maravilloso y extraño donde todo parece realidad pero no lo es… La pieza que es la que da el nombre a la muestra, no tiene parangón, obliga al mirón a hurgar en una suerte de retablos venidos directamente del inconsciente, también a una lectura infinita aunque me parece organizada en tres niveles: el fundamento, la trama y la imaginería. El primero, que muestra con signos, palabras y texturas el borde de los sentidos, como descifrando el mundo objetivo. El segundo, narrativa del inconsciente que palpita dentro de la obra, creatividad pura. Y por último, el despliegue total de las alas del autor que nos propicia tremendo vuelo por los sueños. La pintura, como las diversas disciplinas artísticas no deberían ser interpretadas cuando se está ante una obra, sólo se puede tener acceso a dos puertas, una de salida a la nada y la otra de entrada a un universo creado por el autor. Si bien es cierto que en la medida que un espectador ha sido educado para apreciar la estética, también suele ser un ojo ya maleado, pervertido y muchas enfrascado en estilos, formas, técnicas y corrientes. La verdadera relación gozosa entre el arte y el mirón, seguro que no parte del acto de dilucidar, sino de la mera entrega y comunión con la obra. Del contacto irremediable con el orden del caos. Me parece que la relación del espectador con el arte es como hacer el amor, no cabe duda que es bueno saber hacer el amor, pero por muy docto que sea el amante, a la hora de la hora, no seguirá los pasos de un manual de sexología, sino que se dejará llevar por un río ulterior, cargado de sensaciones, se dejará conducir por la intuición y el diálogo corporal de su pareja. Una obra nos pesca, nos atrapa, nos colma y transforma, cuando su autor pertenece a esa estirpe de los viejos alquimistas, capaces de transformar la materia. El verdadero artista suele estar más allá del bien y del mal, de las tendencias de una época y del discurso que suele surgir de estos. Celebré estar ahí frente a la obra de un pintor con un talento indiscutible, con un lenguaje que maneja y conoce a la perfección. La creación es un diálogo con uno mismo frente a un espejo y a oscuras y una obra de la magnitud de la que nos brinda Boldó, es indudablemente estar frente a la pintura per se, sin querer entrar en los cartabones establecidos por los galeros del mundillo plástico. Jordi Boldó, parece sentirse muy cómodo en el experimento, pero no por ello descuida su obra; es, digámoslo así, un pintor que disgrega sus propios elementos, sus obsesiones, sus anhelos. Parte de una relativa estática para dejarnos caer en el vértigo de las imágenes inconexas pero a la vez conexas por contradictorio que parezca. Es decir, la contradicción es la que hace verdadero lo intangible, lo inteligible, lo descriptivo. El concepto desmembrado toma distintos sentidos, la calma hace que la angustia surja, emerge sin piedad un ritmo en una especie de nuevo pentagrama, sobre el cual, Jordi Boldó escribe su propia música. Me parece que Jordi Boldó, se adentra en el inconsciente para dejar libre su imaginación. Para Carl Jung existen cuatro avenidas principales del saber y de relacionarse con la realidad: Pensamiento, emoción, sensación, e intuición. Desde esta perspectiva me queda claro que Jordi Boldó trabaja sus obras a partir de la intuición, pero estas cuatro funciones de la mente se interrelacionan entre sí; de tal modo, el artista hace combinaciones que se reflejan en su trabajo y hacen que la pintura resulte una buena sacudida al inconsciente. En el texto de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Caroll, abundan los juegos de palabras, las paradojas lingüísticas y las parodias ocultas, de la misma manera es probable que el espectador que mire la pieza poliforme de Boldó pueda sentir el vértigo que la desesperada Alicia, mientras dijo: “No son más que un mazo de cartas”. Tal vez estas imágenes en: “La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas” de Jordi Boldó, tenga esa intención, la de provocar un vértigo inusitado, buscarse, reinterpretarse; referirse a la realidad, pero no a la realidad que todos conocemos sino a la de ese universo que le pertenece al propio artista. Los otros cuadros de la exposición de formatos medianos y grandes en su mayoría abordan la nostalgia que apenas se avisa porque la luz prominente de Boldó es mayor que la remembranza.
En fin, estoy segura de que este pintor es poderoso, provocador, perturbador, prominente, portentoso, plural… y trasciende lo estrictamente circunstancial, porque la creatividad de Boldó, es la libertad de ser auténtico. Esperaré con ansias locas, sus nuevas obras.

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