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Inauguración: 23/05/2014
Inauguración: 23/05/2014
Viernes 20:00 hs.
Abierta el 20 de julio 2014
Museo de la Ciudad de Querétaro
"…La salud de la vista parece exigir un horizonte.
Nunca nos cansamos mientras podemos ver bastante
lejos...".
Ralph Waldo Emerson
Durante un corto viaje que hice por el norte de España y
Portugal, sentí una especial emoción ante el simple, pero maravilloso acto de
contemplar la naturaleza. Sugestionado, quizá, por la tristeza que me invadía
en esos días, tuve una inusual percepción del paisaje, y, en especial, de la
línea del horizonte. Más allá de notar su mera presencia, su dimensión espacial
o habitual referencia, advertí que el horizonte posee un extraordinario poder
evocador capaz de trasladarnos a universos íntimos y liberadores.
Contemplar la naturaleza ha sido, desde siempre, dialogar
con la vida, con nosotros mismos; ver un paisaje es algo sublime, comparable a
la búsqueda interior. Ambas acciones —en cierta forma— son la misma aventura,
capaces de crearnos sensaciones parecidas a la de andar perdido o desorientado
por lugares desconocidos.
Los paisajes del Romanticismo revelan un evidente diálogo
visual con la naturaleza; son obras que nos muestran el mundo interior del
artista y demuestran que el acto de observar el entorno natural es algo que
puede desafiar todos nuestros sentidos. De ahí que la caminata, el simple
paseo, no sean, solamente, una forma de reencuentro con uno mismo, sino,
también, una de las actividades físicas más excitantes para el intelecto. Contemplar
el paisaje, además de ayudarnos a descubrir la esencia de un lugar, puede ser
una aventura estética de primer orden; razón por la cual, debería de
convertirse en rutina vital, en práctica cotidiana para enriquecer nuestra
imaginación.
Ahora bien: todo paisaje es naturaleza humanizada, cultura y
apreciación estética. Sin la mirada del hombre, el paisaje no existiría, sería
un simple territorio, un espacio susceptible de convertirse en paisaje sólo si
es observado. En palabras de Hernández Pijuán: “no se puede hablar de paisaje
en sentido literal, sino de un cierto sentimiento del paisaje”. De ahí que, sentir
el paisaje, sea una de las mejores maneras de reintegrarnos a la Naturaleza y
de aceptar que los principales protagonistas no somos nosotros, si no los
cielos, los mares, los ríos, las montañas, y la vida en general, que conforman
una extraordinaria estructura, una especie de trama inspiradora susceptible de
ser transformada en ciencia, arte, cultura o memoria.
Es precisamente la memoria, tema recurrente de mis últimas
series y demás cavilaciones. Parecería que ahora, mi interés se desvía hacia el
paisaje, pero no es así. Sigo en lo mismo, escarbando en los recuerdos (entre
otras razones, porque aún necesito reconciliarme con mi pasado) y explorando en
el paisaje, que siempre ha estado presente en mi pintura, desde mis primeros y
expansivos universos abstractos, hasta los últimos e imposibles intentos por
alcanzar la serenidad. Lo que pasa, es que mi foco de atención se ha
trasladado, ha emigrado de la memoria al paisaje, entendido éste, como una
prolongación de la memoria. Es —por decirlo así— una nueva y alentadora manera
de recordar a través de la contemplación de la naturaleza. Cualquier recuerdo
está invariablemente ligado a un paisaje, a un territorio en el que aprendemos
a ver el mundo. A lo largo de la vida, habitamos muchos paisajes, pero con
ninguno nos identificamos tanto, como con aquéllos donde crecemos, ya que son paisajes
marcados de recuerdos. Es también, un paisaje, el testigo infaltable de
nuestros últimos momentos. Para el poeta y ensayista español Julio Llamazares,
“el paisaje es la memoria, porque la memoria se refleja siempre en el paisaje
en el que ha ocurrido tu vida. Es un espejo, no el telón de fondo de un
escenario; en ese espejo se refleja la vida de las personas. Cuando el paisaje
desaparece (…) la memoria se duele y se resiente, y de ese dolor de la memoria
nace la melancolía, y de la melancolía nace el aliento poético.”
Son evidentes las simetrías que hay entre el paisaje y la
memoria; por eso, entre ellos, surgen espontáneamente tantas analogías. Por
ejemplo, podemos pensar que paisaje y memoria, son dos tipos diferentes de
horizonte; siendo el primero, un horizonte espacial, y, el segundo, un
horizonte temporal. También, es fácil observar como el paso del tiempo provoca
en ambos, visibles o imperceptibles deterioros. Contemplar y recordar, son,
además, dos acciones paralelas y complementarias que nos permiten estar
“simultáneamente” en el pasado y en el presente.
Se cree que el acto de contemplar es algo pasivo, quizá
porque aún no acabamos de entender que el mirar es una forma de pensar. Es
cierto que la contemplación es una actividad plácida, pero puede llegar a ser
una tarea dinámica de primer orden, y su práctica habitual, estimular la
creatividad en todos los campos, no sólo en el artístico. En la actualidad, el
paisaje interesa por igual a filósofos, ecologistas, arquitectos, políticos,
geógrafos y artistas, dando lugar a múltiples interpretaciones de nuestro
entorno. Cuanto más conciente es una sociedad, más se preocupa por el paisaje.
Esta serie —para mi, y por los tiempos que corren de
desprecio a la pintura, en particular al abstraccionismo— es un acto de
obstinación a través del cual me vuelvo a plantear seguir pintando como
siempre: con libertad absoluta y volcado en la experimentación. Por eso, no
debe de ser considerada como un simple conjunto de piezas racionalizadas o
“acabadas”, fáciles de etiquetar bajo la figura del paisajista, sino, más bien,
como una mirada abierta al paisaje con clara orientación plástica, más que
conceptual. Y, sobre todo, como una visión interior a partir del paisaje, y no
sobre el paisaje, espacio físico que sólo me interesa como posibilidad de
analogía o tentación de metáfora, para dirigir la mirada a otra dimensión más
íntima y personal; a ese lugar mental, susceptible de convertirse en referencia
o evocación de la memoria. Sorprende el grado de comunicación que se puede
establecer con nosotros mismos cuando contemplamos la Naturaleza. Observar el
horizonte, por ejemplo, nos hace sentir la emoción por el espacio, por la
extensión; es un acto que nos libera de un estado mental opresivo y nos
traslada a otro más sereno, aunque, en ciertas ocasiones, pueda preocuparnos y
hacernos sentir en peligro.
La idea de esta serie surgió cuando observaba el horizonte,
línea donde todo se junta: el cielo, el mar y la tierra. Línea abarcable sólo
por la mirada, imposible de alcanzar porque se aleja cuando avanzamos hacia
ella. Lugar donde todo termina y todo empieza, el horizonte, es una referencia
cargada de significado y fascinación, fuente de energía y equilibrio. Su sola
presencia, nos obliga a afinar la mirada, y —en un esfuerzo de concentración y
abstracción—, a reencontrarnos con nosotros mismos.
Con el paisaje pasa como con la pintura abstracta, todo
depende de la mirada, de lo que se observa y de cómo se observa. Así, es
posible advertir la dificultad, o, mejor dicho, la imposibilidad, de representar
un paisaje. La pintura de paisajes y la pintura abstracta son dos formas muy
cercanas de expresión, donde el objeto físico no puede ser representado en términos
estrictos. Sin embargo, es indiscutible que el abstraccionismo es un medio
ideal para reflexionar en torno al paisaje; y viceversa. Al mirar un paisaje,
podemos descubrir la contundencia de las formas abstractas, así como sentir la
atracción que producen sus atmósferas y espacios vacíos, abiertos a la
contemplación. Abstracción y contemplación son dos conceptos afines, capaces de
trascender lo meramente narrativo —cuestión que tanto ha dominado la actividad
artística— y de hacer que la anécdota descriptiva pase a un segundo plano.
Para terminar, quiero
decir que con este pequeño conjunto de pinturas, creo dar por terminado un
largo y emocionante proceso de varias series enlazadas. Ahora, me propongo
explorar otros territorios, empezar algo nuevo. De cierta forma, todo horizonte
es referente simbólico de lo que termina, pero, también, de lo que nace o
empieza; es un límite que nos ofrece la ilusión inalcanzable de un final, pero,
a la vez, de un principio, de una nueva aventura.
A seguir navegando y mirar hacia el horizonte, felicidades por esta exposición y por el hermoso texto que compartes. Besos barbas :)
ResponderEliminarExquisito texto que me ayuda a reflexionar, y así mismo a escribir mis reflexiones, sobre el cambio que dio mi trabajo pictórico al conocer la tierra de mis antepasados en la montaña de León. Allí aprendí, que no miraba únicamente yo el paisaje, sino que el paisaje me miraba a mí. Una fuerte emoción.
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