
Después de tanta agitación y tanto ajetreo vengo a encontrar la paz un poco sin buscarla. Lo digo en tono de resignación y preocupación, pues resulta que la crisis me ha metido de lleno en el ocio, en un paro obligado; en algo así como un retiro forzoso y prematuro al que ya empiezo a encontrarle cierto gusto. La crisis se está cargando mi carrera —igual que la de otros colegas—, pero, también, está siendo una oportunidad de oro para poner en orden mis cosas y aclarar cómo me gustaría vivir de aquí en adelante. Es momento de mudarse a otra realidad, de abandonar el pesado bulto de la egolatría y atender más a las cosas importantes: la familia, los amigos, y, por supuesto, al trabajo —si no lo tengo, me lo invento. Hoy disfruto más de las cosas pequeñas, de mis aficiones: los paseos, la lectura, de escribir, del cine, del teatro, o de la Champions League. Lo mejor será enfocar la atención en el presente y no preocuparse tanto por el futuro, o insistir demasiado en hurgar en la nostalgia del pasado. Quiero vivir con sencillez. Tanto esfuerzo, tanta tristeza, tanta preocupación ¿para qué? Mejor, más discreción, más ironía y escepticismo. Menos pretensiones.