
Vivimos siempre asustados, bajo una ineludible sombra de temores físicos, morales y emocionales. El miedo nos acompaña desde la infancia y determina toda nuestra existencia. Asume distintos grados y formas que tienen que ver con lo social, lo económico, lo afectivo. Miedo al terrorismo, a la delincuencia; miedos relacionados con la sanidad, la soledad, la pobreza, la alimentación, los traslados. El miedo es algo consustancial a la vida misma, por las promesas de futuro, por los anhelos de eternidad.
Tememos a lo desconocido y nos empeñamos absurdamente en buscar una seguridad absoluta. Aspiración que sólo genera ansiedad, incertidumbre. Y si bien es cierto que un poco de miedo es necesario para sobrevivir, el miedo esclaviza, nos hace renunciar a la libertad, por eso es una forma de control. Todo poder político lo sabe bien, provoca nuestros temores y explota que nos sintamos amenazados.
Dos cosas más quiero decir. La primera, que el miedo sólo se combate desde dentro, aunque solemos combatirlo desde fuera; y, la segunda, la certeza de que a lo que más miedo le tengo, es al miedo de vivir con miedo.