Confesión primera: te digo con todo mi amor y romanticismo que estás más buena
que una mandarina de Torreón. Además, quiero que sepas que entre lo erótico y lo
romántico, prefiero lo naturalmente espontáneo.
Confesión segunda: sinceramente me parece que lo único bueno de
todo este forzado inmovilismo —y no es poca cosa—, es que ya dejé, espero que para siempre, esa obsesiva compulsión
narcisista de perseguir el éxito. Claro que me siento agotado y deprimido, pero, finalmente,
estoy descansando y aprendí a no abusar de mí mismo ni a exigirme tanto.