
A diferencia de aquéllos que pregonan la muerte de la pintura, yo pienso que su decadencia no está tanto en ella misma, sino, más bien, en los propios pintores que la hemos descuidado. De cualquier forma, ser pintor es todavía un privilegio, más ahora que se puede estar fuera de la moda y lejos de los escaparates. Sin embargo, y por muchas razones, debo reconocer que no son buenos tiempos para este oficio, por lo que a veces quisiera tirarlo todo y dedicarme a otra cosa. Me detiene el saber que gracias a esta actividad pude conquistar —como muchos otros— un territorio, un espacio personal y provocador que me acomoda bastante bien, que me ha hecho feliz, y que aún me sirve para conocerme y comunicarme con los demás a través de un entretenido juego (mágico e inconsciente) de historias ocultas.